22/1/16

Excursión por la Serra Mariola y Bocairent


    Madrugamos, y en seguida nos percatamos de que ese sábado 16 de enero iba a ser fresco. En el punto de encuentro para subir al autobús ya pudimos reconocer algunas caras de anteriores excursiones y tomar nota de otras nuevas, todas con esa expresión infantil –una bendición a nuestras edades- de ilusión por la aventura a emprender. El autobús, tras algo más de hora y media de trayecto, nos dejó en Font d’en Ferris, al inicio del sendero que nos disponíamos a recorrer y que bordea en parte el Barranc de Tarongers. Hacía rato que el sol brillaba por el este anunciando un día precioso. 


Nada más descender del vehículo, un viento frío nos azotó por sorpresa y con pocos miramientos. Cada cual iba bien equipado para defenderse del mismo. Sugería ponerse en marcha sin pérdida de tiempo para que fuera nuestro propio esfuerzo físico el que mantuviera el calor de nuestros cuerpos. La senda al principio llana, nos fue adentrando  en una zona sombría, en la que, da tanto en tanto, aparecían restos de antiguas edificaciones, ahora en ruinas, el Molí de Lluna, el Molí de Pepe Juan, el Moli de Pas, que antaño albergaron actividades económicas desaparecidas. 







La senda comenzó a hacerse más estrecha y más empinada. Bordeaba un desnivel por lo que el grupo la recorría en fila india y en silencio, con nuestras mochilas a cuestas, con bastones de montaña, con paso ligero. Al mismo tiempo, la vegetación iba transformándose, desapareciendo los árboles altos, despejando el horizonte y permaneciendo sólo matorrales bajos sobre un terreno pedregoso limitado por masas rocosas cada vez más imponentes. La naturaleza se mostraba poderosa, desnuda, sólida y, mientras la transitábamos, cada vez con mayor dificultad pues no dejábamos de subir, te hacía sentir su grandeza, en contraste con la pequeñez de nuestra humanidad. Calculamos que habríamos caminado unos siete kilómetros, mi impresión fue que más del ochenta por ciento de subida, cuando por fin coronábamos. Parar, respirar hondo, mirar hacia el horizonte, hacia los diversos horizontes que marcan los puntos cardinales, e iniciar el descenso con el corazón alegre y con cuidado, mucho cuidado, porque la senda sobre roca y cubierta de piedras pequeñas, era engañosa y resbaladiza. 




Divisamos la ermita de Sant Antoni y como era la víspera del santo, una multitud se congregaba en su puerta acompañados de sus animales de compañía para recibir la bendición. Seguimos bajando y en algún momento, de pronto, surgió ante nosotros el pueblo de Bocairent. Este momento merece un punto y aparte.


   
 Bocairent se yergue sobre una colina de piedra, de forma que es un inmenso otero desde el cual contemplar un paisaje único y bellísimo allí donde se dirija la mirada. Tiene fama de ser uno de los pueblos más hermosos de la Comunidad Valenciana y lo es, tanto observándolo desde fuera, desde ese punto del camino en el que se te aparece por vez primera y conforme te vas acercando a él, como desde su interior, recorriendo sus calles, pulcras, sinuosas, pocas veces llanas, con abundantes macetas, muestra del amor que sus vecinos le profesan. 


Aquí el grupo se dispersó, parte fue a visitar les Covetes dels Moros y la Cova de Sant Blai, parte optamos por callejear por el centro y acercarnos  a su famosa PlaÇa de Bous, construida en 1843 y totalmente excavada en la roca, lo que la hace única. Tiene un aforo de 3.760 localidades y  fue una obra emprendida por el Ayuntamiento en una época de enorme crisis económica para dar trabajo a sus habitantes y que no se despoblara el pueblo. Una aplicación local de las teorías de Keynes de lo más interesante. Merece la pena visitarla.

    Apresuramos luego el paso porque nos esperaba uno de los momentos más dichoso de los senderistas: la comida en el restaurante bar el Ravalet. El programa anunciaba como plato fuerte el gazpacho manchego de Mariola y no defraudó. 




Meloso, en su punto de cocción, abundante, necesario, incluso, para reponer fuerzas. Es también el momento de afianzar amistades. En las tiendas de productos artesanales del centro se podía adquirir tarros de pericana, un entrante de la zona con pimientos secos, bacalao y aceite de oliva que está para chuparse los dedos, miel de romero y de tomillo, paté de tomates secos, una exquisitez poco conocida, aceite de oliva y productos textiles. Un buen paseo después para acabar de conocer el pueblo y favorecer la digestión, la foto del grupo en la plaza mayor y el regreso, alegres y cansados, preguntando por cuál será la próxima excursión.




Texto: María García-Lliberós.
Fotografías: Rodrígo Muñoz y Alfredo Domínguez.

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