"Uno cree que va a hacer un
viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace a él” Nicolas Bouvier
Hacia la otra vertiente de los Pirineos.
Un
amanecer brumoso y mediterráneo filtra la forma difusa de un sol naranja, que
se disuelve mientras nos aproximamos a las tierras bajas del Delta del Ebro,
dejando un mar de plata líquida a la derecha. Cada vez más al Norte, penetramos
en las estribaciones de la cadena Costero-Catalana, con sus pliegues rocosos de
granito gris. Gerona nos acoge con su amable luz, sus jardines y calles de
bolsillo, las deliciosas cúpulas de sus termas y la elegante catedral, donde
algún pináculo neogótico altera el
conjunto. Siempre hacia arriba y con los farallones pirenaicos al fondo, poco a
poco el paisaje se va dorando con breves campos de cereales en sazón, combinados
con los bosques de pinos y carrascas, cuyo verdor apenas se ve interrumpido por
el ligero brochazo de las aulagas. Ya en
la llanura francesa del Midi, las tierras del Languedoc nos reciben con sus
viñas emparradas y las grandes lagunas que vierten sus aguas en el Mediterráneo
oriental, cerca ya de la ciudad de Narbonne, el comienzo de nuestro viaje
cátaro.