29/1/17

ROMA ES MUCHA ROMA

El primer viaje organizado por la Asociación Amigos de La Nau Gran en fin de año. Y nada menos que a Roma. 35 asociados embarcamos en Manises en la tarde del 29 de diciembre con destino a la ciudad de las siete colinas, la ciudad eterna, histórica, romana y papal dispuestos a descubrir algunos de sus, muchos y escondidos, secretos. La ciudad, también, con muchos vínculos con nuestra Valencia a través, por ejemplo, de los dos Papas Borgia y de ellos sobre todo Alejandro VI a quien la casa Rovere, desde el papado de Julio II, casi sucesor de Rodrigo de Borgia (poco cuenta Pio III cuyo papado duró escasos meses), comenzó a poner en marcha el descredito del Papa español y valenciano con una leyenda negra que le ha perseguido durante siglos, y cuya pira se sigue manteniendo. Ahí, por ejemplo, está la novela de Mario Puzo, Los Borgía, donde el escritor convierte a su Corleone y familia de El padrino en Alejandro VI y los suyos. Pero Rodrigo de Borgia está por encima de todas esas cosas. Se olvida, quizá, que Roma, envuelta sus Papados de entonces en intrigas, asesinatos y amores, no fuera muy distinta de la época borjiana. Roma y Trajano y Bernini y Miguel Angel, y Alejandro VI y Julio II nos esperaban en aquella ciudad abierta al mundo para enseñarnos algunos de sus tesoros.

La llegada ya entrada la noche mostraba una ciudad silenciosa, sin casi tráfico. Un espejismo, claro, como se mostraría al día siguiente ya en nuestro camino desde el hotel, bastante céntrico, al Coliseo, un breve paseo, con una ciudad repleta de gente. Imposible dar un paso. Un conglomerado de personas de acá, de allá y de más allá inundando calles, convirtiendo las visitas a cualquier monumento en mucho más que en el día primero de rebajas del Corte Inglés. Menos mal que todo lo teníamos convenientemente programado con lo que no tuvimos que hacer interminables colas. Nuestras entradas ya estaban reservadas. De no haber sido así a algunos sitios, en concreto Villa Borghese, nos hubiera sido imposible entrar.



Como aperitivo en la primera mañana el Coliseo donde era imposible dar un paso, con todas sus ventanas abiertas al viento, ese día, el único, soplador y fresco. Impresionante se mire por donde se mire y después el Gran Foro Romano, el foro pegadito al Coliseo y junto al impresionante arco de Constantino. ¡Que mañana! ¡Cuánta emoción se desprende de las piedras y edificios que nos rodeaban! Roma y su Imperio dominando el mundo conocido.





Por la tarde Esther, nuestra guía en tantos viajes y gran conocedora de Roma, nos condujo por una parte la ciudad: Foro, columna y tiendas de Trajano; fuente de Trevi (imposible acercarse al borde la fuente ante tantas personas invadiendo el lugar), hermosa, impresionante; el Panteón, Iglesias como Santa Andrea del Valle, Santa María Sopra Minerva con el simpático elefante sosteniendo un obelisco (muchos obeliscos se encuentran en la ciudad), Bernini, el gran Bernini, San Luis de los Franceses, Plaza Narbona con las maravillosas fuentes de, ¡cómo no!, Bernini… Cansados volvimos al hotel en un autobús con dirección a la Estación Termini y donde no cabía ni un… alfiler.
Cómo decía uno de los viajeros en Roma debíamos estar preparados para caminar durante 12 horas y, si es posible, descansar otras 12.



Un gran desayuno, como el resto de los días, nos dio fuerzas para otro día muy movido. La mañana entera, y faltó tiempo, para visitar los Museos Vaticanos. Salas y más salas, con sus trampantojos, con sus miles y miles de obras de arte dedicándose las salas a diferentes países, culturas. La Historia de la Humanidad reflejada en el Museo de los Museos. ¡Que riqueza en tal inmenso edificio! Allí, medio escondida, se encuentran los admirables apartamentos Borgia donde se ignora que en las pinturas, como Virgen, aparece pintada Lucrecia. Toda la gloria, el incienso se derrama por Julio II pasando a figurante Alejandro VI. El triunfador de las guerras reconduce como le apetece la Historia. De todas maneras allí está el gran Miguel Ángel con su Capilla Sixtina. 


En los Museos Vaticanos también hay lugar para el descanso o para el respiro como en la plaza de la piña. Agotados, abrumados después de tanta riqueza, hermosura después de tomarnos unos bocadillos y descansar donde pudimos nos dispusimos a un segundo paseo desde el Vaticano hasta el Centro de la ciudad.

Por cierto, el Vaticano estaba cercado en todos los sentidos. Esa tarde no se podía acceder a la enorme (se dice que caben unas 300.009 personas) plaza de S. Pedro en cuyo centro brillaba un curioso Belén mexicano. Estaba cerrada a las personas. Policía, carabineris, militares con metralleta (al igual que en las grandes espacios o en la entrada de algunas Iglesias como la de San Luis, Iglesia nacional de Francia), coches cruzados en las calles forman una especie de coraza contra el terrorismo o, quizá, sea una forma de meter miedo a la gente. Cualquier cosa es posible en este mundo donde la oscuridad parece querer ocultar la luz.



No supimos que acto iba a tener lugar en la Basílica de San Pedro. Acaso una misa solemne, una concelebrada por personalidades eclesiásticas… Monjas, curas, fraile se unen a la multitud que transita por los alrededores de la Plaza, Nosotros de momento, con Esther, abandonamos el Estado Vaticano para llevar a cabo un segundo y sorprendente paseo desde la Basílica de San Pedro hasta nuestro hotel cercano a la Estación Termini. Pasamos el castillo borjiano (Alejandro VI nuevamente) de San’Angelo, el río Tiber, callejuelas que nos acercan a la calle Monserrat donde se encuentra (cerrada en la tarde del 31 y sin ningún letrero que indique cual es su horario de apertura) la Iglesia Nacional de España: Santa María de Montserrat de los Españoles donde están enterrados los dos Papas Borgia. Y luego Campo Fiori y la casa/palacio de Vanozza Cattanai la madre de Lucrecia Borgia, más casas del siglo XVI, palacios (de la familia Farnese) y palacetes para llegar a un placita pequeña pero hermosa (¿Cuál es el rincón de Roma que no lo es?), que quería Esther conociéramos (y que le agradecimos) en cuyo centro se encuentra la fuente de las tortugas. Y, como colofón, la Iglesia del Gesú o de la Compañía de Jesús donde está la sepultura de S. Ignacio de Loyola. Imponente. Ante de salir, todas las luces de la Iglesia se encendieron. El espectáculo fue grandioso. No tocaba descansar sino prepararse para la cena de Nochevieja en un restaurante construido en unas termas. Poco se puede decir de la cena prometedora y vulgar (y hasta cierto punto engañosa) como lo son el casi cien por cien de todas las cenas que en diferentes lugares se celebran esos días. Se aprovechan de las gentes de paso o de aquellas que ese día quieren despedir el año como sea… fuera de sus casas. Nos dejaron sobre las mesas uvas como podían habernos dejados naranjas, peras o cualquier otra fruta. En ese aspecto nada que discutir: no tienen, los italianos, porque conocer nuestras costumbres (comenzó a finales del siglo XIX), como tampoco el desconocer la italiana de las lentejas y el salchichón. Ni a qué se debe, ni cuando, ni cómo se come. Algo que, en tal caso, puede recordarnos a nuestro resopon. Cansados nos dirigimos a descansar mientras las calles siguen repletas de gente. Nosotros tenemos el día libre a nuestro antojo.

No estará mal acercarse a la Gran Fiesta mañanera: la bendición Papal de Año Nuevo. Los controles para entrar en la plaza, ahora si se permite pasar a su centro (divertido el personaje que duerme la siesta en el Belén mejicano que ahora, a su lado, lo podemos contemplar y bastante tranquilamente). Dos cercas y dos revisiones pero no de escáner. Gran algarabía y un espectáculo felliniano: en un desfile multiétnico por la paz una charanga va acompañada de unas mujeres con vestidos cortos (¡y con el frío!) al estilo de una especie de majorette,

La plaza no está repleta, ni mucho menos. Se habla de unas 50.000 personas. ¿Qué supone eso para la enorme plaza? Bastante poco. Después de la bendición abren la Iglesia de San Pedro y a ella, ahora, se accede sin colas y sin pasar más controles. Nada de escáner, estamos en el Año Nuevo. Majestuosa la Iglesia con la Piedad de Miguel Ángel, con su amplitud, la barbaridad de los mausoleos de varios Papas frente a la sencillez del sepulcro del Papa Bueno, Juan XXIII.
Caminando, siempre caminado, hacia el Panteón para comer en uno de los múltiples restaurantes de los alrededores y luego a seguir caminando. Algunos subiremos para dominar toda Roma desde la altura del monumento pastelero de Plaza Venecia (junto al Palacio Venecia aquel del que se apropiará el dictador fascista para dar sus inacabables discursos). Desde lo alto, hacia los cuatro punto cardinales, se domina toda Roma. Inolvidable espectáculo visto al atardecer mientras el sol de invierno iba dejando el día y las luces de la ciudad se iban encendiendo.

El día de Año Nuevo estaba resultando sorprendente para los propios romanos y es que por primera vez, en día tan señalado, todos los monumentos, museos abrieron sus puertas y la mayoría lo hicieron con entrada gratuita. Mientras en la entrada al lugar se señalaba el cierre de tal lugar los días 25 de diciembre y 1 de enero, las puertas estaban abiertas de par en par invitando a la riada de gente a pasar a su interior.
Vía Nazionale arriba, una de las colinas de Roma, nos dirigimos hacía Plaza de la Republica para echar un vistazo a las termas de Diocleciano y a la Iglesia de Santa María de los Ángeles diseñada por Miguel Ángel y acabada, si eso puede decirse, en el siglo XIX. Otra espectacular, majestuosa Iglesia y van… con una particularidad: sobre el suelo se encuentra dibujada la línea meridiana (el rayo de sol al mediodía del equinoccio de verano va a caer en el mismo sitio que el del equinoccio de invierno) sobre la que están trazados los diferentes signos equinocciales. Un sistema que servía para que los romanos pusieran en hora sus relojes hasta que se utilizó el sistema actual: todos los días a las 12 en punto de la mañana suena un cañonazo. A su disparo se une el canto de las campanas de Roma que señalan la hora del Angelus. Hoy no ha sido un día cansado, lo es si pensamos que ha sido nuestro día libre para que descansásemos pero la Roma activa no nos lo permitió,
Quedan algunas maravillas más que visitaremos en los días que nos quedan de estancia. En el primero por la mañana serán las tres Basílicas Mayores que nos quedan por ver (la cuarta es S. Pedro): Santa María la Mayor, muy cercana a nuestro hotel, San Juan de Letrán (y a su lado una parte de la muralla y el edificio/capilla que alberga la antigua capilla papal con su escalera santa (dice la tradición que fue la escalera por la que subió Jesús cuando fue conducido hasta Pilatos: se necesita tener imaginación para llegar a tal afirmación pero bueno hasta los que acceden directamente a la misma lo tienen que hacer subiéndola de rodillas. En fin….) y la inmensa, cuantas inmensas llevamos, de San Pablo Extramuros. En el camino aún hay tiempo para acercarse a San Pedro Encadenados para extasiarnos con el Moisés de Miguel Ángel o vislumbrar las ruinas del Palacio de Nerón (Domus Aurea).

Gracias a los trayectos que hacemos en el bus contratado las distancias, sobre todo en el día de hoy que nos movemos de un lado a otro, no resultan excesivamente cansinas. La comida, hoy, la tenemos en el Trastevere. Al terminar visitaremos otra sorprendente Iglesia, ¡y van!, la de Santa María del Trastevere con su torre románica y sus pinturas de estilo bizantino. Un paseo, por otra zona, nuevamente hacia el centro pasando, y paseando, por el barrio judío marcando por sus señales límites.


El último día fue para Villa Borghese. Otra sorpresa. Y esta con mayúsculas. El reconocimiento del gran Bernini con las esculturas que allí se encuentran. Para poder entrar hay que coger las entradas con mucha antelación. No se permite más que el paso de tantos visitantes. Con hora determinada  y un tiempo de estancia limitado. Tanto para la visita guiada, tanto para un posterior tiempo libre. Y a la calle o mejor… para ellos, nos derivan a la tienda, siempre las tiendas a la salida de los monumentos, de los museos, para que compremos tal o cual libro u objeto. La cuestión es consumir. Faltaría más.

Todo se le puede perdonar al no demasiado grande palacio de Villa Borghese, uno de los mayores parques de Roma con sus numerosos edificios, jardines y fuentes. La zona cultivada, y con numerosas viñas, fue transformado en 1605 por el cardenal Scipioni Borghese sobrino del papa Paulo V (ya se sabe que en aquellos tiempos la familia papal hacía y deshacía a su antojo. Algo que ni inauguró ni canceló nuestro papa Borgia a pesar de los sambenitos que le colgaron). Y si el parque es digno de ser paseado el palacio es indispensable ser visitado. El cardenal era el mecenas de Bernini, y las obras de Bernini en el Palacio, la Galeria Borhese, te dejan sin habla. Ante ellas uno reconoce a un escultor tan grade como Miguel Ángel. Allí están, y no sé decir cuál de ellas es más perfecta, David, Eneas y Anquises, Rapto de Proserpina y Apolo y Dafne. Si las dos primeras te asombran, las otras dos te llevan a enmudecer.
Pero en la Galeria Borhese hay mucho más que Bernini. Existen obras de Boticelli, Rafael, Caravaggio, Tizziano, Rubens, Durero o la sorprendente escultura de Antonio Canova, Paulina Borghese Bonaparte (hermana de Napoleón) como Venus vencedora.
No es exagerado decir que la Galeria Borghese es el equivalente a un minúsculo, pero grandioso, museo Vaticano.




Después, no podía faltar, para despedirnos de Roma paseamos por la Via Veneto repleta de recuerdo cinematográficos (¡y que parte de Roma no los tiene!) con Fellini a la cabeza, y, ¡cómo no acercarse!, a la Plaza de España con su escalinata donde, en ese momento muy custodiada por militares armados, se encuentra nuestra embajada o acercarnos a la inmensa Plaza del Popolo con sus tres Iglesias, las dos gemelas en una parte y en la parte opuesta, junto al arco construido para ser recibida en Roma la Reina Cristina de Suecia al convertirse al catolicismo, la de Santa María del Popolo con obras de Caravaggio. Y ya hacia el hotel para esperar el bus que nos llevaría al aeropuerto. Aún tuvimos tiempo de ver la fuente de los tritones de Bernini, la esquina de las cuatro fuentes o la Iglesia Bizantina de Santa Prassede. No hubo tiempo para más.

Roma es mucha Roma y, por supuesto, quedaron muchas cosas por visitar, por descubrir. Cada visita a Roma se descubren cosas nuevas, maravillas donde menos se espera. Si París, dicen, bien vale una mira, Roma quizá valga lo mismo o alguna más.


(Texto de Adolfo Bellido, fotos de Elvira Ramos)

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