27/4/14

Crónica del viaje a Cuenca


El día 12 de abril de 2014, sábado, la Asociación de Amigos de la Nau Gran realizamos un viaje a la ciudad de  Cuenca, con extensión a la Ciudad Encantada.
A las 7h con la puntualidad que ya es la norma en nuestros viajes, atravesábamos  Valencia a buscar la autovía de Madrid. Por ella iríamos hasta Motilla del Palancar. Durante este tiempo, entre la poca luz que el amanecer enviaba,  la semipenumbra del alumbrado y la música suave del autobús, algunos viajeros dimos una cabezadita para compensar la falta de sueño que el despertador nos había infligido.
Poco antes de llegar a Motilla,  Esther Vayá nos hizo un primer avance del programa del día: Haríamos una parada técnica, bien en la última área de servicio de la autovía, bien en un sitio adecuado que encontráramos en la carretera nacional que tomaríamos al llegar a Motilla en dirección a Cuenca. A partir de aquí (ya con todos los viajeros despiertos), Esther fue dándonos información relevante sobre el/los paisajes que íbamos atravesando, partiendo del nivel del mar íbamos ganando altitud, primero rápidamente hasta llegar a Requena y coronar la Plana de Utiel, después más suavemente para alcanzar alrededor de 1.000 metros en Cuenca y casi 1.500 metros en la Serranía. Dijo también que la provincia de Cuenca posee la mayor superficie de pinares de España (pino Negral).
Durante el trayecto, Adolfo Bellido nos fue poniendo en situación  sobre lo que íbamos a ver. En primer lugar mencionó que el casco histórico  de Cuenca está declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1996. Hizo un repaso sumario de las personas notables nacidas o relacionadas  con la ciudad o la provincia, recordamos sólo las más recientes José Luis Coll y José Luis Perales. No dudó Adolfo en recitar poemas de diversos autores relacionados de distintas formas con Cuenca, la selección incluía Jorge Manrique, Calderón de la Barca y Federico García Lorca, entre otros. Cita especial nos merece el poema recitado de Federico que pese a ser poco conocido era realmente entrañable.



Pocos minutos antes de las diez llegamos a Cuenca, nos acercamos al Centro de recepción de Turistas. No tuvimos suerte, pues aunque abría a las diez, resultó que estaban de obras, con lo que no funcionaba la cafetería. De modo que allí fue al servicio quien lo necesitaba, pero hubo que ir a algún bar, no muy próximo, para poder tomar un café. Lástima que el citado Centro no pudiera cumplir su misión con unos estándares mínimos de satisfacción.



Salimos hacia la Ciudad Encantada y Esther comentó el programa para el resto del día: Había una media hora de trayecto, estaríamos allí entre hora y media y dos horas (hasta la una en punto de la tarde). Después regresaríamos a Cuenca. La comida a las dos. Después de comer, formaríamos dos grupos y acompañados cada uno por un guía local visitaríamos lo más representativo de la ciudad, hasta la hora de tomar el autobús de regreso.



Hacia las once y media entrábamos a la Ciudad Encantada, allí cada uno pasearía el recinto por libre, había teóricamente unos trayectos o itinerarios que pasaban por las principales figuras. Había consenso entre los asistentes en la idea de que la señalización no era muy buena. No obstante allí estaban el   Tormo mayor,  el Barco, la Tortuga, los Amantes de Teruel  el Convento …. y figuras y figuras estereotipadas al lado de  otras que a cada uno pueden parecer una cosa distinta.
Sí que resulta curioso cómo el efecto conjunto de la erosión a través de milenios y milenios, y la distinta composición de los minerales que componen el suelo y subsuelo del lugar, ha ido labrando las figuras más caprichosas y diversas. No obstante en todo lo que vimos, se apreciaba cómo la capa más superficial es más dura y más resistente a la erosión, dando predominancia de figuras “cabezonas”, de lo que constituyen claro ejemplo los tormos.
Nuevamente todos hicimos un ejercicio de puntualidad y a la una en punto el autobús arrancaba hacia Cuenca. Poco antes de llegar a la ciudad, recogimos a Hugo, un primer guía local que nos acompañaría desde allí en una visita panorámica (en el propio autobús) con un recorrido que acabaría en la puerta del restaurante.



Hugo nos fue explicando, a favor de la corriente del Júcar, cómo en el mismo margen del rio había abundancia de mimbreras, cómo allí cerca había una casita donde el Obispo se retiraba a descansar en soledad, y hacía cestas de mimbre que después vendía y repartía el dinero entre los pobres. La casa todavía está allí y el Obispo devendría en San Julián, actual patrón de Cuenca. También pudimos ver una pequeña playa artificial que permite aliviar los rigores del verano a los vecinos y un rocódromo en una pared del profundo cañón del río.
Ibamos subiendo por el borde mismo de la hoz del Júcar hasta entrar en el casco urbano. En un punto dado de este trayecto hay excavado un túnel que une el cauce de los dos ríos, y que permite regular el caudal del Huécar cuando se produce o mucha sequía o excesos por lluvias abundantes y prolongadas. Al entrar nos encontramos con una muralla árabe, resto de lo que antaño fue un castillo. Pronto nos encontramos en un montículo con un río en cada lado, respectivamente la hoz del Júcar al Norte y la del Huécar al Sur abrazando materialmente una parte del casco histórico de la ciudad.
Llegamos a la explanada donde se encontraba el restaurante en que comeríamos quedando prácticamente a nuestros pies buena parte del casco histórico, en un mirador privilegiado. Al frente había otra elevación del terreno en cuya cima se encuentra una gran estatua en mármol del Sagrado corazón de Jesús, erigida en los años cincuenta del pasado siglo. Algo más próxima quedaba una extraordinaria panorámica de la ciudad y Hugo nos hizo un repaso de lo más notable: El Parador, antiguo convento rehabilitado al efecto, la catedral, las casas colgadas y otros edificios emblemáticos. Algo más distante, ya en la parte nueva se distinguía el auditorio, y otros edificios relevantes. Después pasamos al restaurante.


El restaurante se llamaba María Molero y estaba totalmente nuevo, de hecho lo estrenamos nosotros y aún faltaba algunos detalles por ultimar. El menú era totalmente típico de la tierra, veamos: Como entrantes, morteruelo (con hígado y carne de caza menor), gachas (con harina de almortas y panceta de cerdo), huevos de corral y patatas fritas a lo pobre. Todo en abundancia, pese a que el personal se mostraba prudente, quizá por lo que faltaba por llegar.
De primer plato judías pintas o sopa castellana, a elegir.  De segundo chuletas de cordero con  pimientos, o lubina con guarnición. De postre un dulce casero con nata, para después tomar café o infusión y un chupito de licor de resolí hecho a base de café, aguardiente, anís, azúcar, canela y clavo.
La comida fue del agrado de los comensales en general, si bien alguien hizo notar lo excesivamente alto en calorías de la misma.
Cuando terminamos de comer (hacia las cuatro), los pronósticos meteorológicos se cumplieron ….. y llovía. Nos organizamos en dos grupos de aproximadamente  25 personas, y a cada uno nos acompañaba un guía local, el de nuestro grupo se llamaba Diego. Este recorrido se hizo a pie lo que favorecía rebajar un tanto la comida.
La lluvia deslució esta parte de la excursión pues aunque no llovía copiosamente, siempre dificulta y distrae al personal sobre las explicaciones del guía. Pasamos bajo un arco del muro árabe llegando enseguida a un convento de Carmelitas que en tiempos fue prisión y allí estuvo preso Fray Luis de León, del que había una escultura a la puerta del edificio. Llegamos enseguida a la puerta del museo de Antonio Pérez, bajo cuya visera nos protegimos un momento mientras se reunía todo el grupo; avanzamos un trecho hasta llegar a un pasadizo y allí nos detuvimos. Diego nos explicó sucintamente la economía de la ciudad en el siglo XV. La ciudad estaba muy poblada de instituciones religiosas, había muchísimo ganado lanar hasta el punto que en tan sólo 17 kilómetros que tiene el río Huécar se lavaban al año unas cinco mil toneladas de lana, que constituía la principal fuente de ingresos. Hoy día es el turismo seguido de la venta de madera, los que lideran los ingresos.

Salimos de allí en dirección a la catedral y pasamos por la puerta de la Posada de San José y por la puerta de la casa de José Luis Perales. Llegamos a la catedral.



La catedral, de estilo gótico anglo-normando se inició a finales del sXII y concluyó en 1257, en el sXV se construyó la cabecera gótica. En los sXVI y XVII se renovaron las torres de la fachada y en el XVIII el altar Mayor. A causa de un terremoto se cayeron las torres de la fachada, en 1902. Se empezó a levantarlas pero hubo discrepancias entre los arquitectos a quienes hicieron el encargo, que unido al agotamiento del dinero disponible hizo que no se concluyera el proyecto, y así sigue en la actualidad.


En su interior nos detuvimos en el coro, contemplando dos órganos espléndidos construidos  en el sXVIII. Notable es la rejería que delimita el coro y el altar mayor con adornos y figuras alegóricas a la pasión de Cristo y otros pasajes bíblicos que exceden la función de seguridad genuina de toda reja. Recorrimos varias capillas y salas: la capilla Mayor, la sacristía Mayor, la portada y el interior de la sala Capítular, particularmente vistosa, así como la capilla vieja de San Julián, y diversos detalles más. Cuando salimos de la catedral ya no llovía y contemplamos entonces la fachada inacabada.
Desde la puerta de la catedral también se ve el edificio que ahora alberga el Ayuntamiento, en un lateral de la Plaza Mayor, elevado sobre tres grandes arcos que permite el tránsito rodado y peatonal.
Nos dirigimos desde allí hacia la plaza de Mangana en la que está el Seminario de San Julián (en funcionamiento) y el museo de las Ciencias. Diego nos dio en este punto un receso de unos 20 minutos por si queríamos comprar algún objeto de recuerdo, para encontrarnos después debajo del Ayuntamiento, en un arco lateral.
Reunido de nuevo el grupo nos dirigimos, siempre bajando pendientes pronunciadas, a la plaza de Ronda, uno de cuyos laterales está formado por las “Casas Colgadas”. En este lado el edificio sólo aparece con dos plantas, pero al seguir bajando y contemplarlo por el lado opuesto  se observa que el edificio tiene 7 u 8 plantas. Este modo de construcción era y es pura supervivencia, debido a lo escaso del terreno para construir (encorsetado entre las hoces de ambos ríos) y a la gran pendiente existente en toda el área del casco histórico.
En este edificio de las Casas Colgadas se ubica actualmente el Museo del Arte Abstracto, que no visitamos. Desde allí seguimos bajando y cruzamos el río a través de un puente de hierro, que a principios del siglo XX hicieron en sustitución de otro de piedra que existía en aquel mismo lugar y se había hundido.
Una vez cruzado el río llegamos enseguida al autobús, dando por finalizado el paseo peatonal y con ello la visita a Cuenca.
A las 18h30 salíamos en dirección a Valencia, llovía un poco aunque ahora a nosotros nos molestaba menos. Una vez en ruta proyectaron la película “Medianoche en París” dirigida por Woody Allen, que nos distrajo una buena parte del tiempo de regreso. Llegamos a la Facultad de Geografía e Historia a las 21h15, después de haber pasado un día francamente agradable, gracias a la diligencia y eficacia en las gestiones de Esther y Adolfo, y a la pericia y profesionalidad de Mariano, el conductor.

 Texto de Ernesto Domingo y Abdón Arjona
Fotografías de Juan Antonio González Gras


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