23/12/16

VIAJE POR TIERRAS PALENTINAS Y CÁNTABRAS


“La vida es para una vez
y por ello debemos estar atentos mientras la recorremos”.
Jorge Manrique

Era la madrugada del 23/X y tal como estaba previsto, puntuales como siempre, el autobús se puso en marcha a las 6:30 en dirección a Peñafiel y Palencia, ciudad en la que pernoctaríamos los primeros cuatro días del viaje (Hotel Eurostars Diana Palace), para luego trasladarnos a Aguilar de Campoo, donde estuvimos tres días (Hotel Valentín), hasta el de regreso a Valencia, 30/X, previa visita a Arévalo.



El programa estaba cargado de actividades y buenas intenciones, como suele ser habitual en cualquier viaje largo o corto de la Asociación. Uno de los objetivos principales era visitar y conocer las tierras palentinas, incluyendo una incursión en la parte meridional de Cantabria; otro, saborear las riquezas del arte románico en las diversas y ricas manifestaciones que alberga esa tierra.  Había un temor generalizado: que no nos acompañase el buen tiempo; y me atrevería a decir que otro más íntimo que algunos llevábamos silenciado: ¿daba Palencia para ocho días de viaje? Los dos resultaron infundados muy pronto: el primero porque , aunque ya va siendo habitual, nada más iniciarse la ruta, el dios de la lluvia, el trueno y el rayo, el poderoso y temible Zeus, parece ser que decidió levantar una tregua para dejarnos contemplar con tranquilidad las bellezas tanto de la naturaleza como las que son resultado de mentes y manos humanas; y el segundo porque el desconocimiento de los más de la riqueza artística, cultural, gastronómica y paisajística de las tierras palentinas se iba a desvanecer de inmediato con el nacer de la aurora y contactar con el amplio y atractivo abanico de lugares que nos ofrecía el programa diario, nada más subir al bus y leerlo, y recibir los pensamientos de cada jornada, que nos tenía preparados Adolfo, un deleite para la mente y el corazón. Además, pronto pudimos percibir que  la hospitalidad de la gente era manifiesta y generalizada desde el primer momento, acompañándonos todo el tiempo en los ámbitos urbano y rural.



Creo que tal vez esta crónica del viaje resultaría pesada y aburrida si hiciese una referencia a cada uno de los lugares y/o monumentos visitados, pues con sólo consultar el Boletín nº 31 de la Asociación queda respondida esa hipotética curiosidad. Allí ya se dice que además de Peñafiel y Palencia, íbamos a adentrarnos en el cerrato palentino, para conocer sus lugares y monumentos más emblemáticos, camino de otras comarcas de la variada y atractiva geografía que íbamos a visitar, como así fue. De tal modo que fuimos pasando a buen ritmo, y en jornadas intensas, por Dueñas, San Juan de Baños, Hornillos del Cerrato, Frómista, Villarcázar de Sirga y Carrión de los Condes, entre otros lugares, hasta pasar a la zona noreste de la provincia y descubrir la singularidad de los paisajes de Aguilar de Campoo, Cozuelos, Mave, Olleros de Pisuerga y, ya en Cantabria, Cervatos, la ciudad romana de Julióbriga, Reinosa, el nacimiento del Ebro –donde la memoria de cada cual recuperó aquel texto de las enciclopedias Álvarez o Dalmau que decía “el río Ebro nace en Fontibre, cerca de Reinosa, provincia de Santander…” recitado en la ya lejana edad infantil con una tonadilla muy peculiar–, para continuar por Cervera de Pisuerga, Cantamuda y Mudá, hasta llegar a Cervera, penúltima parada, pues la despedida estaba reservada a Arévalo –¡Ay, la tentación del  cochinillo!–, ya en el viaje de regreso a Valencia.



Dicho todo eso, me pregunto: ¿qué les puedo contar o recordar, a la gente culta que integraba el grupo, sobre las excelencias de los monumentos y lugares visitados y contemplados, que tales trotamundos no sepan ya? Pero tampoco deseo que deduzcan por ello que mi retina no captó o ha olvidado, por poner sólo unos ejemplos, la belleza de joyas como: la Iglesia de  Santa María de Mave, enclave ya importante en tiempo de los visigodos, construida en los años 1200-1208, como consta en uno de los sillares del hastial, y luego parte integrante de un monasterio benedictino hasta la desamortización del siglo XIX. O el Templo Rupestre de los Santos Justo y Pastor, en Olleros del Pisuerga, que nos cautivó a todos, tipo de construcción hipogea que tuvo sus orígenes en los movimientos repobladores de los siglos IX y X, cavidad excavada por manos humanas en un paraje natural de ensueño, junto a un arroyo, fuente o manantial, y con su pequeña necrópolis de tumbas antropomorfas adosada, haciendo de todo el conjunto una muestra del mejor eremitismo rupestre del país. Así como el eremitorio de San Vicente, en Cervera de Pisuerga, con el Pico Almonga al fondo, un paraje de increíble hermosura y lugar donde transita y se respira una paz sin igual. También la Basílica de San Juan de Baños, en Cerrato, un BIC, el edificio más significativo de la arquitectura religiosa del reino de los visigodos, consagrado el año 661 por voluntad real de Recesvinto; con una decoración clásica y austera visible en ocho capiteles corintios de singular sencillez que comparten la belleza de los arcos de la esbelta nave basilical, de tradición romana, donde se halla la lápida de consagración. O el espectacular e idílico paisaje donde se ubica la espléndida Iglesia de Santa Eufemia, en Olmos de Ojeda. Tampoco se me ha borrado de la mente la imagen, aunque ese día no lo pasé bien, de la Colegiata de San Pedro, de Cervatos, evolución del pequeño monasterio del lugar (siglo X), que llegó a ser un centro de poder engrandeciendo poco a poco su dominio y peculio, aunque en el S-XIV se iniciase su decadencia; su portada principal muestra una gran variedad de personajes bíblicos y de figuras diversas  cuya temática pone de manifiesto la lucha entre el Bien y el Mal, y las tentaciones que el cristiano debía superar con el temor de Dios, todo ello mediante una iconografía obscena, con figuras humanas mostrando el miembro viril o en posturas indecorosas, y actitudes que representan la gula y la lujuria, lo lúdico y mundano, de gran realismo y expresividad; mientras que en la parte inferior del ábside la decoración de los capiteles hace referencia a la regeneración del alma cristiana; en síntesis, una joya del románico de Cantabria que fue declarada Monumento Nacional en 1931. O el encuentro con la esbelta y majestuosa Iglesia de San Martín, en Frómista, aquélla imagen que nos aparecía en los libros de Arte y cuyas características habíamos de aprender aun sin haberla visto más que en una foto de mala calidad; ese templo que pasó a ser la joya de los siglos XI y XII, declarada Monumento Nacional ya en 1894.  



En Aguilar de Campoo pudimos disfrutar de una visita guiada por los lugares más significativos hasta concluirla con una amplia exposición, por parte del guía, sobre la trayectoria histórica del Monasterio de Santa María la Real, con sus diferentes fases de esplendor y decadencia, hasta 1977 en que la asociación creada procuraría su nuevo renacer. Eso mismo había sucedido en Carrión de los Condes, en el corazón del Camino de Santiago, con una rica muestra toda la ciudad de arte, cultura y naturaleza. También en Villalcázar de Sirga, cuyo nombre alude a la vía visigoda y a la posterior senda del Camino de Santiago, es una localidad que alberga la monumental Iglesia de Santa Mª la Blanca, como si de una enorme fortificación o alcázar se tratase, con una bella imagen pétrea y policromada de la Virgen de las Cantigas –cuyos catorce milagros fueron cantados por el Rey Sabio– en la Capilla de Santiago. Y en Palencia, que constituyó una muy grata sorpresa y nos daría pie para escribir páginas y páginas en las que poner de manifiesto la experiencia tenida al entrar en contacto con el bello e interesante conjunto de monumentos y lugares, momentos y experiencias, que configuró bien el paseo que hicimos con la guía recorriendo sus calles y plazas, hasta concluir en la sorpresa de su Catedral, la Bella Desconocida, o por nuestra cuenta perdiéndonos por sus jardines, rincones y veredas junto al río, o sus museos, restaurantes y cafeterías del centro antiguo.


Como contraste con todo lo antedicho, en el ámbito civil y por tierras de Cantabria, visitamos el maravilloso espacio que es la ciudad romana de Julióbriga, que recorrimos con un tiempo espléndido, deteniéndonos en la Casa de los Morillos (año 80 d.C.), reconstruida según el esquema clásico de la casa-Domus, habitáculo que probablemente perteneció a una familia de clase media-alta, y formada por diferentes estancias: atrio, altar doméstico, cocina, triclinium, dormitorio y tienda. La Casa de la Llanuca, lugar señorial, cuya fachada daba a una calle porticada que llegaba al foro; el Barrio humilde, formado por varias edificaciones modestas y pequeñas; y la sencilla pero esbelta Iglesia de Santa María (S-XII) destacando en lo alto de la loma. En fechas anteriores,  visitamos las Esclusas del Canal de Castilla, a su paso por Frómista, construidas para salvar los desniveles que las aguas encontraban en su discurrir por las tierras castellanas; tal vez se trate de la mayor y más significativa obra de la ingeniería civil de los tiempos de la Ilustración; magnífica obra que se mantiene en buen estado de conservación. Y otra magnífica sorpresa, mitad resultado del buen hacer de la Naturaleza, mitad del esfuerzo del hombre, fue el regalo de poder contemplar en Hornillos de Cerrato un inmenso páramo que fue tenazmente horadado por un impresionante conjunto de yeseras, paraje que impactó a todos y escenario escogido para hacernos la habitual fotografía de grupo de cada viaje.             



La estancia en estas tierras, hay que decirlo, fue un regalo para los sentidos, los cinco, pues no sólo se disfrutó al contemplar  –cumbre del mirar– la belleza en sus diversas formas, plasmada aquélla en un delicioso capitel o una esbelta columna,  en una armoniosa fachada o recoleta nave de cualquiera de las 31 iglesias visitadas; o en los maravillosos retablos, en las miradas dulces o misteriosas de las imágenes, en la singularidad de la roca horadada para albergar una espacio sagrado al culto, o en la humildad de la mujer que se prestaba a abrirnos su querida iglesia o del alcalde sencillo que bien interrumpía su jornada de trabajo para hacer de heterodoxo guía de las singularidades de su pueblo, bien nos acompañaba a visitar las famosas yeseras de su localidad para después obsequiarnos con un inesperado aperitivo.  En esos diversos ambientes, también pudimos reencontrarnos con  los susurros del follaje, con el rumor de la fuente o el riachuelo de turno, con el dulce trino de aves diversas o el amenazador ladrido de perros defendiendo su espacio propio; y fue una delicia escuchar y sentir en nuestra piel la tranquilidad y el sosiego de esos parajes, sensaciones raras en las ajetreadas horas del vivir nuestro, todo ello en el marco de un típico ambiente otoñal con estampas preciosas por el colorido singular de los paisajes creados. Tampoco me olvido del placer de degustar un buen vino y percibir su agradable aroma, pues ocasiones las hubo, tanto ante la rica gastronomía palentina como en las visitas a singulares bodegas donde se elaboran con esmero y profesionalidad caldos de calidad, tal como la visitada en Dueñas, Bodega Remigio de Salas Jalón, totalmente subterránea, institución familiar cuyo origen se remonta al año 1778, y reconocida ahora su producción con la Denominación de Origen Cigales. 







Y para concluir, reivindicar el tacto, pues sabe cualquier viajero/a que con él tiene a su alcance un campo maravilloso para experimentar,  apreciando desde la frescura del agua al levantarnos hasta disfrutar del abrazo, la caricia o el beso para despedir la jornada. Que todo ello constituye un viaje. Y éste fue interesante, entretenido, relajante, didáctico, precioso, con un muy buen ambiente en el grupo, algo muy digno de reseñar, sin problemas, hasta el punto que parecía contar con la protección de la atenta mirada del Cristo del Otero, esa obra del escultor palentino Victorio Macho que domina la colina situada a las afueras de Palencia, tal cual paternal vigía protector de la provincia y sus habitantes, pero que en realidad había sido el resultado de un buen trabajo: de la Comisión organizadora de esta actividad, dirigida por el incansable, generoso y culto Adolfo, que se desvive porque todo salga bien; de nuestra conocida guía, Esther, una gran profesional que conoce lo que se lleva entre manos, responsable y amable,  atenta al menor detalle para que todo saliese según lo programado; del excelente chófer que es Aurel llevando a buen puerto su cometido con sencillez y eficacia, y de la actitud y bonhomía de todos los compañeros de viaje. Un viaje, pues, donde hemos aprendido y disfrutado a la par, saboreando buenas  comidas, descansando en acogedores hoteles y compartiendo las diversas e interesantes aventuras diarias, cuyo colofón fue el típico ágape en Arévalo.





Con mi cordial saludo, y esperando vernos en el próximo viaje por tierras onubenses allá por Fallas, o antes si la ocasión se da, aprovecho la oportunidad para agradecer a las personas de la administración: Eva, Inés y Andrés, el trabajo eficaz y eficiente  que realizan en pro de la Asociación, que también repercute de forma directa en los viajes que hacemos.  Asimismo deseo a todos los miembros de la Associació Amics de la Nau Gran que podamos celebrar con paz y alegría estas fiestas navideñas, y recibir con Salud, Suerte y Sabiduría el Nuevo Año 2017 para hacer realidad los más íntimos proyectos y alcanzar las más anheladas utopías.  ¡Felicidades!

Ximo Martí

Fotografías de: Abel, Elvira, Llanos, Mar, Marga, Mercedes, Pilar y Ximo

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