24/2/17

Excursión a la Calçotada

Fue una excursión estupenda con persecución incluida. En efecto, el tiempo fue tras nuestro autobús durante todo el recorrido pero gracias a la pericia de Yuri (el conductor) y a la torpeza o a la confusión ocasional de la Rosa de los Vientos, salimos indemnes de todo accidente atmosférico. De todos los ataques atmosféricos menos de la temperatura y el viento. Pero para eso íbamos perfectamente preparados.

La “calçotada” fue la fiesta que nos concitó el pasado sábado día once a hacer una bonita excursión por varios pueblos de las provincias de Tarragona y Barcelona. Fuimos poco menos de dos docenas los que nos dimos cita en el punto de encuentro. Un punto de encuentro prometedor; la puerta de la Facultad de Filosofía. Algo así como el antiguo ágora donde se reunía el pueblo para hablar de las cosas que a todos concernía. Eso parecíamos allí congregados mientras esperábamos que llegara el autobús.

Así que allí estábamos todos, en el punto indicado, bajo la noche del amanecer. Conocidos y desconocidos. Conocidos de otras excursiones anteriores y personas que no habían ido a ninguna excursión anteriormente. A la hora de la primera parada, en el centro de la población medieval de MontBlanc, ya éramos amigos todos.

Pronto cruzamos el caudaloso río Ebro por la zona de Tortosa y llegamos a media mañana a la población de Mont Blanc, ubicada en el lado oriental del Parque Natural de la Vall del Monastir de Poblet, en la provincia de Tarragona. Ese fue el primer lugar que visitamos. Pueblo bien cuidado en el que vimos varios trabajos audiovisuales que nos pusieron al día acerca de la historia del lugar. Las fachadas de casas y edificios originales nos atrajo lo suficiente como para dar un largo paseo por el centro histórico.

Luego nos dirigimos a la población de Cardona, en la provincia de Barcelona. Una ciudad con un elevado monte en uno de sus lados sobre el cual Wifredo “el velloso” mandó levantar un peculiar castillo en el año 886. Una edificación que fue sufriendo distintas ampliaciones y modificaciones hasta casi la actualidad pero que no ha perdido nunca su imponente figura.

Un castillo que ahora hace las veces de parador nacional, pero que, por razones de tiempo disponible, no lo pudimos ver. En Cardona fue donde comimos. En un restaurante familiar muy agradable y bien nutrido, no sin antes visitar las entrañas de la “montaña de sal”, una montaña, literalmente, de la cual extrajeron durante siglos sal (potásica, sódica y de magnesio) distintas civilizaciones antiguas ubicadas en la península ibérica, ya extinguidas.

Esa fue la visita que más nos impactó. Por fuera se veía la montaña propiamente dicha; una impresionante montaña de sal de más de 80 metros de altitud. Con las vetas de sal expuestas al sol. Bajo ella duermen los enormes túneles y los trescientos kilómetros de galerías por donde caminaban y donde trabajaban, antes de cerrar la mina en el año 1990, centenares de obreros en condiciones inhumanas y vivieron en sus alrededores en condiciones absolutamente precarias.

En los accesos de la mina hay un edificio en el que se exponen fotografías, documentos y maquinarias que testimonian una realidad muy dura. Y junto al edificio se halla aún el pozo “Alberto” y la torre metálica por la que bajaba el ascensor que transportaba a hombres (hasta 50 hombres), y maquinaria hasta una profundidad de 1.308 metros. Era tal la sofocación y la pesada humedad que respiraban los hombres que trabajaban allí, que preferían respirar el humo de los tubos de escape de los camiones antes que el aire que reinaba en los túneles.

En los corredores de la mina hay que protegerse de las gotas de sal líquida que se desprenden del techo continuamente a causa de la humedad y de la lluvia. Las ropas suelen salir manchadas de gotas de sal; por fortuna, frotando con un cepillo y agua del grifo se limpian con facilidad. Todo sea por el espectáculo sobrecogedor que se experimenta en el interior de la mina.

La comida en el restaurante fue cuasi familiar. Mesa alargada y estrecha, de tal modo que automáticamente, se creó una atmósfera de agradable camaradería poco común.

Luego, ya instalados en un aparthotel de la población de Manresa, cenamos en un magnífico restaurante hablando de cualquier cosa y compartiendo las impresiones que nos había causado “la montaña de sal”.

Un sueño reparador por fin y al día siguiente, por la mañana dimos un paseo turístico por el centro histórico de la ciudad. Finalmente dimos cumplida cuenta de la calçotada, con babero incluido, en el restaurante “Ca Náyxelá” els Monjos, muy cerca de Villafranca del Penedes. Una excursión breve pero enriquecedora y muy agradable.


(Texto e imágenes de Miguel Ángel Carrascosa)

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