Salimos de Valencia el día doce de junio. Hicimos
escala en Madrid y llegamos a Portugal sobre las cinco. El cambio de horario
nos regaló una hora.
Dos acontecimientos han estado presentes en
nuestra visita: la celebración de la fiesta de San Antonio y el mundial de
fútbol.
Esa misma tarde, visitamos el parque Eduardo
Vll que esta a espaldas del monumento al Marqués de Pombal. Una gran pantalla
lo presidía.
El parque es el más grande en extensión de la
capital. Tiene un lago y un jardín cubierto llamado la Estufa Fría y estaba
lleno de casetas por la feria del libro.
No pudimos visitar La Estufa Fría por
celebrarse en ella las doce bodas que todos los años, con cargo al erario
público, el día de San Antonio se ofician en la catedral.
Por la noche, una especie de cofrades del amor, desfilaron por la
avenida de la Libertad en procesión y rindieron
homenaje a una figura del santo en la Avenida de la Libertad.
Corazones luminosos, comparsas, trajes multicolores,
arcos, flores, competían con intención
de sorprender a los asistentes.
A nuestra llegada, nos enteramos que Lisboa está
marcada por dos acontecimientos que han ido configurando la ciudad actual: el
terremoto de Lisboa en el año 1755 y el incendio de 1988.
Al marqués de Pombal, político ilustrado, debe
la ciudad su trazado actual, de grandes avenidas y amplias plazas. Este
personaje, controvertido en su época, tuvo la visión suficiente como urbanista
para reconstruir la ciudad después del terremoto. Inspirado en las reformas urbanísticas
que el despotismo ilustrado realizó en otras capitales europeas dotó a la
ciudad de infraestructuras modernas y amplias avenidas.
Vista desde lo alto del parque Eduardo Vll, la
ciudad se escalona hacia el mar con suavidad, sin
grandes edificios que distorsionen el paisaje lo que la hace muy bella.
El incendio del año 1988 quemó la zona denominada
Chiado y parte del barrio alto. Se percibe en esta parte de la ciudad la
diferencia entre lo nuevo y lo viejo pero se aprecia también el respeto por un
urbanismo acorde con el entorno.
Se conoce a Lisboa como la ciudad de las siete
colinas y para subsanar los desniveles cuenta diversos elevadores (ascensores y
funiculares); uno de los más antiguos es el ascensor de Santa Justa que nos
acerca hasta el barrio alto. Otros, o los antiguos tranvías nos conducen al
barrio de Alfama cuna del fado. En él se encuentra la catedral y el castillo
árabe, construido sobre los cimientos del castillo romano, desde donde hay unas
magníficas vistas de la ciudad.
La desembocadura del Tajo está atravesada por
el puente Veinticinco de Abril, réplica del de San Francisco. Cerca, en la
desembocadura del rio, suspendido en una colina, un monumento al Sagrado
Corazón lo contempla con los brazos extendidos.
Todo es grandioso, despejado, toda la ciudad
se abre al mar; tal vez por ese motivo era inevitable que sus gentes navegaran
y era inevitable que los reyes aragoneses quisieran conquistarla.
Su posición estratégica marcó su destino y
hombres como Vasco da Gama y Enrique el Navegante la hicieron posible con sus
conocimientos de navegación, arrojo e inteligencia.
Estos visionarios de su tiempo, fueron conformado
una sociedad prospera, audaz, y rica gracias al comercio y a las materias primas
que venían, primero de los lugares conquistados y después de sus colonias.
Se aprecia en la capital, y en el resto de
ciudades que visitamos, como la riqueza que conquistaron revertió en ella.
Podría decirse que el oro y las especias se transformaron en piedra.
En la iglesia de los Jerónimos, en su claustro,
en la torre de Belem, en el monasterio de Batalha, en la hermosa iglesia gótica
del Monasterio de Santa María de Alcobaça, patrimonio de la humanidad. Alta sobria
y elegante.
El arte manuelino da testimonio de todos los
acontecimientos históricos, la ventana y los ochos claustros de Tomar y los
claustros, sobre todo el del monasterio de los Jerónimos, aportan nuevos
elementos, relacionados con la navegación como la esfera armilar y los
trenzados de cuerda. El simbolismo se hermana con la piedra, se hace raíz,
árbol, barco, alcachofa; trepa por las paredes y se corona con las cruces de
los Monjes de Cristo.
El Convento de Cristo en Tomar, del siglo Xll, tiene escrita en la piedra la historia de los
templarios portugueses y de sus sucesores. Los Monjes de Cristo. Un altar
circular preside su iglesia. Los Caballeros templarios accedía a ella a
caballo.
El Palacio Monasterio de Mafra construido por
Juan V, de estilo barroco se financió con el oro que se trajo de Brasil.
Tiene una biblioteca con más de 40.000
volúmenes Es una muestra más del poder
del imperio portugués de la época. Y cuidada por los murciélagos que la
protegen de los insectos. Al igual que, nos dijeron, ocurre en la otra gran
Biblioteca de Portugal, la de Coimbra.
Distinto por completo es el Palacio da Pena
de Sintra, residencia de verano de los últimos
reyes portugueses donde con anterioridad había un convento.
A este palacio, mezcla de diferentes estilos construido en el Siglo XlX, se accede por una
carretera serpenteante poblada de árboles y plantas muy diversas. Esta
vegetación hace la subida amable y fresca.
El templo romano de Évora, nos da idea de la
antigüedad de esta ciudad del Alentejo bañada por el Tajo, el Guadiana y el
Sado. Patrimonio de la humanidad. Sus fachadas blancas y amarillas hacen
resplandecer las calles que un día fueron testigo de los Actos Sacramentales de
la Inquisición.
Todos los días, antes de ponernos en marcha,
Adolfo nos ha leído alguna poesía de Pessoa y nos ha inculcado el gusanillo de
visitar los lugares donde transcurrió su vida. El Café Brasileño y el restaurante
donde comía a diario y la calle Doradores donde trabajaba.
Hemos paseado la ciudad, de día y de noche, tomándole
el pulso. Hemos podido oír el fado en las calles de la Alfama, y en un recoleto
teatro del barrio alto. Hemos disfrutado las fachadas de azulejos, tan bellas
en sus edificios civiles como en los religiosos. Hemos saboreado las famosas
sardinas, su bacalao y un estupendo arroz de pescado en un restaurante familiar donde nos sirvió un abuelito
entrañable un exquisito arroz con pescado a un precio increíble.
En fin, personalmente, me ha sabido a poco y
me he quedado con ganas de quedarme unos días más, por mi cuenta, cerca de sus
miradores oyendo música y leyendo la poesía de Pessoa.
(Texto de Amparo Romero. Fotografías de Juan Antonio González y Antonio Latorre)
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