“La vida es para una vez
y por ello debemos estar atentos mientras la recorremos”.
Jorge Manrique
Era la
madrugada del 23/X y tal como estaba previsto, puntuales como siempre, el
autobús se puso en marcha a las 6:30 en dirección a Peñafiel y Palencia, ciudad
en la que pernoctaríamos los primeros cuatro días del viaje (Hotel Eurostars
Diana Palace), para luego trasladarnos a Aguilar de Campoo, donde estuvimos
tres días (Hotel Valentín), hasta el de regreso a Valencia, 30/X, previa visita
a Arévalo.
El programa
estaba cargado de actividades y buenas intenciones, como suele ser habitual en
cualquier viaje largo o corto de la Asociación. Uno de los objetivos
principales era visitar y conocer las tierras palentinas, incluyendo una
incursión en la parte meridional de Cantabria; otro, saborear las riquezas del
arte románico en las diversas y ricas manifestaciones que alberga esa tierra. Había un temor generalizado: que no nos
acompañase el buen tiempo; y me atrevería a decir que otro más íntimo que algunos
llevábamos silenciado: ¿daba Palencia para ocho días de viaje? Los dos
resultaron infundados muy pronto: el primero porque , aunque ya va siendo
habitual, nada más iniciarse la ruta, el dios de la lluvia, el trueno y el
rayo, el poderoso y temible Zeus, parece ser que decidió levantar una tregua
para dejarnos contemplar con tranquilidad las bellezas tanto de la naturaleza como
las que son resultado de mentes y manos humanas; y el segundo porque el
desconocimiento de los más de la riqueza artística, cultural, gastronómica y
paisajística de las tierras palentinas se iba a desvanecer de inmediato con el
nacer de la aurora y contactar con el amplio y atractivo abanico de lugares que
nos ofrecía el programa diario, nada más subir al bus y leerlo, y recibir los
pensamientos de cada jornada, que nos tenía preparados Adolfo, un deleite para la
mente y el corazón. Además, pronto pudimos percibir que la hospitalidad de la gente era manifiesta y
generalizada desde el primer momento, acompañándonos todo el tiempo en los
ámbitos urbano y rural.
Creo que tal
vez esta crónica del viaje resultaría pesada y aburrida si hiciese una
referencia a cada uno de los lugares y/o monumentos visitados, pues con sólo
consultar el Boletín nº 31 de la Asociación queda respondida esa hipotética
curiosidad. Allí ya se dice que además de Peñafiel y Palencia, íbamos a
adentrarnos en el cerrato palentino,
para conocer sus lugares y monumentos más emblemáticos, camino de otras
comarcas de la variada y atractiva geografía que íbamos a visitar, como así fue.
De tal modo que fuimos pasando a buen ritmo, y en jornadas intensas, por
Dueñas, San Juan de Baños, Hornillos del Cerrato, Frómista, Villarcázar de
Sirga y Carrión de los Condes, entre otros lugares, hasta pasar a la zona
noreste de la provincia y descubrir la singularidad de los paisajes de Aguilar
de Campoo, Cozuelos, Mave, Olleros de Pisuerga y, ya en Cantabria, Cervatos, la
ciudad romana de Julióbriga, Reinosa, el nacimiento del Ebro –donde la memoria
de cada cual recuperó aquel texto de las enciclopedias Álvarez o Dalmau que
decía “el río Ebro nace en Fontibre, cerca de Reinosa, provincia de Santander…”
recitado en la ya lejana edad infantil con una tonadilla muy peculiar–, para continuar
por Cervera de Pisuerga, Cantamuda y Mudá, hasta llegar a Cervera, penúltima parada,
pues la despedida estaba reservada a Arévalo –¡Ay, la tentación del cochinillo!–, ya en el viaje de regreso a
Valencia.
Dicho todo
eso, me pregunto: ¿qué les puedo contar o recordar, a la gente culta que
integraba el grupo, sobre las excelencias de los monumentos y lugares visitados
y contemplados, que tales trotamundos no sepan ya? Pero tampoco deseo que deduzcan
por ello que mi retina no captó o ha olvidado, por poner sólo unos ejemplos, la
belleza de joyas como: la Iglesia de
Santa María de Mave, enclave ya importante en tiempo de
los visigodos, construida en los años 1200-1208, como consta en uno de los
sillares del hastial, y luego parte integrante de un monasterio benedictino
hasta la desamortización del siglo XIX. O el Templo Rupestre de los Santos
Justo y Pastor, en Olleros del Pisuerga, que nos cautivó a
todos, tipo de construcción hipogea que tuvo sus orígenes en los movimientos
repobladores de los siglos IX y X, cavidad excavada por manos humanas en un paraje
natural de ensueño, junto a un arroyo, fuente o manantial, y con su pequeña
necrópolis de tumbas antropomorfas adosada, haciendo de todo el conjunto una muestra
del mejor eremitismo rupestre del país. Así como el eremitorio de San Vicente,
en Cervera de Pisuerga, con el Pico Almonga al fondo, un paraje de increíble
hermosura y lugar donde transita y se respira una paz sin igual. También la Basílica
de San Juan de Baños, en Cerrato, un BIC, el edificio más
significativo de la arquitectura religiosa del reino de los visigodos,
consagrado el año 661 por voluntad real de Recesvinto; con una decoración
clásica y austera visible en ocho capiteles corintios de singular sencillez que
comparten la belleza de los arcos de la esbelta nave basilical, de tradición
romana, donde se halla la lápida de consagración. O el espectacular e idílico
paisaje donde se ubica la espléndida Iglesia de Santa Eufemia, en Olmos
de Ojeda. Tampoco se me ha borrado de la mente la imagen, aunque ese día no
lo pasé bien, de la Colegiata de San Pedro, de Cervatos, evolución del pequeño
monasterio del lugar (siglo X), que llegó a ser un centro de poder engrandeciendo
poco a poco su dominio y peculio, aunque en el S-XIV se iniciase su decadencia;
su portada principal muestra una gran variedad de personajes bíblicos y de figuras
diversas cuya temática pone de
manifiesto la lucha entre el Bien y el Mal, y las tentaciones que el cristiano
debía superar con el temor de Dios, todo ello mediante una iconografía obscena,
con figuras humanas mostrando el miembro viril o en posturas indecorosas, y
actitudes que representan la gula y la lujuria, lo lúdico y mundano, de gran
realismo y expresividad; mientras que en la parte inferior del ábside la
decoración de los capiteles hace referencia a la regeneración del alma
cristiana; en síntesis, una joya del románico de Cantabria que fue declarada
Monumento Nacional en 1931. O el encuentro con la esbelta y majestuosa Iglesia
de San Martín, en Frómista, aquélla imagen que nos aparecía en
los libros de Arte y cuyas características habíamos de aprender aun sin haberla
visto más que en una foto de mala calidad; ese templo que pasó a ser la joya de
los siglos XI y XII, declarada Monumento Nacional ya en 1894.
En Aguilar
de Campoo pudimos disfrutar de una visita guiada por los lugares más
significativos hasta concluirla con una amplia exposición, por parte del guía,
sobre la trayectoria histórica del Monasterio de Santa María la Real,
con sus diferentes fases de esplendor y decadencia, hasta 1977 en que la
asociación creada procuraría su nuevo renacer. Eso mismo había sucedido en Carrión
de los Condes, en el corazón del Camino de Santiago, con una rica muestra toda
la ciudad de arte, cultura y naturaleza. También en Villalcázar de Sirga,
cuyo nombre alude a la vía visigoda y a la posterior senda del Camino de
Santiago, es una localidad que alberga la monumental Iglesia de Santa Mª la Blanca,
como si de una enorme fortificación o alcázar se tratase, con una bella imagen
pétrea y policromada de la Virgen de las
Cantigas –cuyos catorce milagros fueron cantados por el Rey Sabio– en la
Capilla de Santiago. Y en Palencia, que constituyó una muy grata
sorpresa y nos daría pie para escribir páginas y páginas en las que poner de
manifiesto la experiencia tenida al entrar en contacto con el bello e
interesante conjunto de monumentos y lugares, momentos y experiencias, que configuró
bien el paseo que hicimos con la guía recorriendo sus calles y plazas, hasta concluir
en la sorpresa de su Catedral, la Bella Desconocida, o por
nuestra cuenta perdiéndonos por sus jardines, rincones y veredas junto al río, o
sus museos, restaurantes y cafeterías del centro antiguo.
Como
contraste con todo lo antedicho, en el ámbito civil y por tierras de Cantabria,
visitamos el maravilloso espacio que es la ciudad romana de Julióbriga,
que recorrimos con un tiempo espléndido, deteniéndonos en la Casa de los Morillos (año 80 d.C.), reconstruida
según el esquema clásico de la casa-Domus,
habitáculo que probablemente perteneció a una familia de clase media-alta, y
formada por diferentes estancias: atrio, altar doméstico, cocina, triclinium,
dormitorio y tienda. La Casa de la
Llanuca, lugar señorial, cuya fachada daba a una calle porticada que
llegaba al foro; el Barrio humilde,
formado por varias edificaciones modestas y pequeñas; y la sencilla pero
esbelta Iglesia de Santa María
(S-XII) destacando en lo alto de la loma. En fechas anteriores, visitamos las Esclusas del Canal de Castilla,
a su paso por Frómista, construidas para salvar los desniveles que las
aguas encontraban en su discurrir por las tierras castellanas; tal vez se trate
de la mayor y más significativa obra de la ingeniería civil de los tiempos de
la Ilustración; magnífica obra que se mantiene en buen estado de conservación.
Y otra magnífica sorpresa, mitad resultado del buen hacer de la Naturaleza,
mitad del esfuerzo del hombre, fue el regalo de poder contemplar en Hornillos
de Cerrato un inmenso páramo que fue tenazmente horadado por un
impresionante conjunto de yeseras, paraje que impactó a todos
y escenario escogido para hacernos la habitual fotografía de grupo de cada
viaje.
La estancia
en estas tierras, hay que decirlo, fue un regalo para los sentidos, los cinco,
pues no sólo se disfrutó al contemplar
–cumbre del mirar– la belleza en sus diversas formas, plasmada aquélla
en un delicioso capitel o una esbelta columna,
en una armoniosa fachada o recoleta nave de cualquiera de las 31 iglesias
visitadas; o en los maravillosos retablos, en las miradas dulces o misteriosas
de las imágenes, en la singularidad de la roca horadada para albergar una
espacio sagrado al culto, o en la humildad de la mujer que se prestaba a
abrirnos su querida iglesia o del alcalde sencillo que bien interrumpía su
jornada de trabajo para hacer de heterodoxo guía de las singularidades de su
pueblo, bien nos acompañaba a visitar las famosas yeseras de su localidad para
después obsequiarnos con un inesperado aperitivo. En esos diversos ambientes, también pudimos
reencontrarnos con los susurros del
follaje, con el rumor de la fuente o el riachuelo de turno, con el dulce trino
de aves diversas o el amenazador ladrido de perros defendiendo su espacio
propio; y fue una delicia escuchar y sentir en nuestra piel la tranquilidad y
el sosiego de esos parajes, sensaciones raras en las ajetreadas horas del vivir
nuestro, todo ello en el marco de un típico ambiente otoñal con estampas
preciosas por el colorido singular de los paisajes creados. Tampoco me olvido
del placer de degustar un buen vino y percibir su agradable aroma, pues
ocasiones las hubo, tanto ante la rica gastronomía palentina como en las
visitas a singulares bodegas donde se elaboran con esmero y profesionalidad caldos
de calidad, tal como la visitada en Dueñas, Bodega Remigio de Salas Jalón,
totalmente subterránea, institución familiar cuyo origen se remonta al año
1778, y reconocida ahora su producción con la Denominación de Origen Cigales.
Y para
concluir, reivindicar el tacto, pues sabe cualquier viajero/a que con él tiene
a su alcance un campo maravilloso para experimentar, apreciando desde la frescura del agua al
levantarnos hasta disfrutar del abrazo, la caricia o el beso para despedir la
jornada. Que todo ello constituye un viaje. Y éste fue interesante,
entretenido, relajante, didáctico, precioso, con un muy buen ambiente en el
grupo, algo muy digno de reseñar, sin problemas, hasta el punto que parecía contar
con la protección de la atenta mirada del Cristo del Otero, esa obra del
escultor palentino Victorio Macho que domina la colina situada a las afueras de
Palencia, tal cual paternal vigía protector de la provincia y sus habitantes,
pero que en realidad había sido el resultado de un buen trabajo: de la Comisión
organizadora de esta actividad, dirigida por el incansable, generoso y culto Adolfo, que se desvive porque todo salga
bien; de nuestra conocida guía, Esther,
una gran profesional que conoce lo que se lleva entre manos, responsable y
amable, atenta al menor detalle para que
todo saliese según lo programado; del excelente chófer que es Aurel llevando a buen puerto su cometido
con sencillez y eficacia, y de la actitud y bonhomía de todos los compañeros de
viaje. Un viaje, pues, donde hemos aprendido y disfrutado a la par, saboreando buenas
comidas, descansando en acogedores
hoteles y compartiendo las diversas e interesantes aventuras diarias, cuyo colofón
fue el típico ágape en Arévalo.
Con mi
cordial saludo, y esperando vernos en el próximo viaje por tierras onubenses
allá por Fallas, o antes si la ocasión se da, aprovecho la oportunidad para
agradecer a las personas de la administración: Eva, Inés y Andrés, el trabajo eficaz y eficiente que realizan en pro de la Asociación, que
también repercute de forma directa en los viajes que hacemos. Asimismo deseo a todos los miembros de la Associació
Amics de la Nau Gran que podamos celebrar con paz y alegría estas
fiestas navideñas, y recibir con Salud,
Suerte y Sabiduría el Nuevo Año 2017 para hacer realidad los más íntimos
proyectos y alcanzar las más anheladas utopías.
¡Felicidades!
Ximo Martí
Fotografías de: Abel, Elvira, Llanos, Mar, Marga, Mercedes, Pilar y Ximo
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