El primer viaje organizado por la Asociación Amigos de La Nau Gran en fin de año. Y nada menos que a Roma. 35
asociados embarcamos en Manises en la tarde del 29 de diciembre con destino a
la ciudad de las siete colinas, la ciudad eterna, histórica, romana y papal
dispuestos a descubrir algunos de sus, muchos y escondidos, secretos. La
ciudad, también, con muchos vínculos con nuestra Valencia a través, por
ejemplo, de los dos Papas Borgia y de ellos sobre todo Alejandro VI a quien la
casa Rovere, desde el papado de Julio II, casi sucesor de Rodrigo de Borgia
(poco cuenta Pio III cuyo papado duró escasos meses), comenzó a poner en marcha
el descredito del Papa español y valenciano con una leyenda negra que le ha
perseguido durante siglos, y cuya pira se sigue manteniendo. Ahí, por ejemplo,
está la novela de Mario Puzo, Los Borgía, donde el escritor convierte a su Corleone y familia de El padrino en Alejandro VI y los suyos.
Pero Rodrigo de Borgia está por encima de todas esas cosas. Se olvida, quizá,
que Roma, envuelta sus Papados de entonces en intrigas, asesinatos y amores, no
fuera muy distinta de la época borjiana. Roma y Trajano y Bernini y Miguel
Angel, y Alejandro VI y Julio II nos esperaban en aquella ciudad abierta al
mundo para enseñarnos algunos de sus tesoros.
La llegada ya entrada la noche
mostraba una ciudad silenciosa, sin casi tráfico. Un espejismo, claro, como se
mostraría al día siguiente ya en nuestro camino desde el hotel, bastante
céntrico, al Coliseo, un breve paseo, con una ciudad repleta de gente.
Imposible dar un paso. Un conglomerado de personas de acá, de allá y de más
allá inundando calles, convirtiendo
las visitas a cualquier monumento en mucho más que en el día primero de rebajas
del Corte Inglés. Menos mal que todo lo teníamos convenientemente programado
con lo que no tuvimos que hacer interminables colas. Nuestras entradas ya
estaban reservadas. De no haber sido así a algunos sitios, en concreto Villa
Borghese, nos hubiera sido imposible entrar.
Como aperitivo en la primera mañana el
Coliseo donde era imposible dar un paso, con todas sus ventanas abiertas al viento,
ese día, el único, soplador y
fresco. Impresionante se mire por donde se mire y después el Gran Foro Romano,
el foro pegadito al Coliseo y junto
al impresionante arco de Constantino. ¡Que mañana! ¡Cuánta emoción se desprende
de las piedras y edificios que nos rodeaban! Roma y su Imperio dominando el
mundo conocido.
Por la tarde Esther, nuestra guía en
tantos viajes y gran conocedora de Roma, nos condujo por una parte la ciudad:
Foro, columna y tiendas de Trajano; fuente de Trevi (imposible acercarse al
borde la fuente ante tantas personas invadiendo el lugar), hermosa,
impresionante; el Panteón, Iglesias como Santa Andrea del Valle, Santa María
Sopra Minerva con el simpático elefante
sosteniendo un obelisco (muchos obeliscos se encuentran en la ciudad), Bernini,
el gran Bernini, San Luis de los Franceses, Plaza Narbona con las maravillosas
fuentes de, ¡cómo no!, Bernini… Cansados volvimos al hotel en un autobús con
dirección a la Estación Termini y donde no cabía ni un… alfiler.
Cómo decía uno de los viajeros en
Roma debíamos estar preparados para caminar durante 12 horas y, si es posible,
descansar otras 12.
Un gran desayuno, como el resto de
los días, nos dio fuerzas para otro día muy movido. La mañana entera, y faltó
tiempo, para visitar los Museos Vaticanos. Salas y más salas, con sus
trampantojos, con sus miles y miles de obras de arte dedicándose las salas a
diferentes países, culturas. La Historia de la Humanidad reflejada en el Museo
de los Museos. ¡Que riqueza en tal inmenso edificio! Allí, medio escondida, se
encuentran los admirables apartamentos Borgia donde se ignora que en las
pinturas, como Virgen, aparece pintada Lucrecia. Toda la gloria, el incienso se
derrama por Julio II pasando a figurante Alejandro VI. El triunfador de las
guerras reconduce como le apetece la Historia. De todas maneras allí está el
gran Miguel Ángel con su Capilla Sixtina.
En los Museos Vaticanos también hay
lugar para el descanso o para el respiro como en la plaza de la piña. Agotados,
abrumados después de tanta riqueza, hermosura después de tomarnos unos
bocadillos y descansar donde pudimos nos dispusimos a un segundo paseo desde el
Vaticano hasta el Centro de la ciudad.
Por cierto, el Vaticano estaba
cercado en todos los sentidos. Esa tarde no se podía acceder a la enorme (se
dice que caben unas 300.009 personas) plaza de S. Pedro en cuyo centro brillaba un curioso Belén mexicano.
Estaba cerrada a las personas. Policía, carabineris, militares con metralleta
(al igual que en las grandes espacios o en la entrada de algunas Iglesias como
la de San Luis, Iglesia nacional de Francia), coches cruzados en las calles
forman una especie de coraza contra el terrorismo o, quizá, sea una forma de meter
miedo a la gente. Cualquier cosa es posible en este mundo donde la oscuridad
parece querer ocultar la luz.
No supimos que acto iba a tener
lugar en la Basílica de San Pedro. Acaso una misa solemne, una concelebrada por
personalidades eclesiásticas… Monjas, curas, fraile se unen a la multitud que
transita por los alrededores de la Plaza, Nosotros de momento, con Esther,
abandonamos el Estado Vaticano para llevar a cabo un segundo y sorprendente
paseo desde la Basílica de San Pedro hasta nuestro hotel cercano a la Estación
Termini. Pasamos el castillo borjiano (Alejandro VI nuevamente) de San’Angelo,
el río Tiber, callejuelas que nos acercan a la calle Monserrat donde se
encuentra (cerrada en la tarde del 31 y sin ningún letrero que indique cual es
su horario de apertura) la Iglesia Nacional de España: Santa María de
Montserrat de los Españoles donde están enterrados los dos Papas Borgia. Y
luego Campo Fiori y la casa/palacio de Vanozza Cattanai la madre de Lucrecia
Borgia, más casas del siglo XVI, palacios (de la familia Farnese) y palacetes
para llegar a un placita pequeña pero hermosa (¿Cuál es el rincón de Roma que
no lo es?), que quería Esther conociéramos (y que le agradecimos) en cuyo
centro se encuentra la fuente de las tortugas. Y, como colofón, la Iglesia del
Gesú o de la Compañía de Jesús donde está la sepultura de S. Ignacio de Loyola.
Imponente. Ante de salir, todas las luces de la Iglesia se encendieron. El
espectáculo fue grandioso. No tocaba descansar sino prepararse para la cena de
Nochevieja en un restaurante construido en unas termas. Poco se puede decir de
la cena prometedora y vulgar (y hasta cierto punto engañosa) como lo son el
casi cien por cien de todas las cenas que en diferentes lugares se celebran
esos días. Se aprovechan de las gentes de paso o de aquellas que ese día
quieren despedir el año como sea… fuera de sus casas. Nos dejaron sobre las
mesas uvas como podían habernos dejados naranjas, peras o cualquier otra fruta.
En ese aspecto nada que discutir: no tienen, los italianos, porque conocer
nuestras costumbres (comenzó a finales del siglo XIX), como tampoco el
desconocer la italiana de las lentejas y el salchichón. Ni a qué se debe, ni
cuando, ni cómo se come. Algo que, en tal caso, puede recordarnos a nuestro
resopon. Cansados nos dirigimos a descansar mientras las calles siguen repletas
de gente. Nosotros tenemos el día libre a nuestro antojo.
No estará mal acercarse a la Gran
Fiesta mañanera: la bendición Papal de Año Nuevo. Los controles para entrar en
la plaza, ahora si se permite pasar a su centro (divertido el personaje que
duerme la siesta en el Belén mejicano que ahora, a su lado, lo podemos
contemplar y bastante tranquilamente). Dos cercas y dos revisiones pero no de
escáner. Gran algarabía y un espectáculo felliniano: en un desfile multiétnico
por la paz una charanga va acompañada de unas mujeres con vestidos cortos (¡y
con el frío!) al estilo de una especie de majorette,
La plaza no está repleta, ni mucho
menos. Se habla de unas 50.000 personas. ¿Qué supone eso para la enorme plaza?
Bastante poco. Después de la bendición abren la Iglesia de San Pedro y a ella,
ahora, se accede sin colas y sin pasar más controles. Nada de escáner, estamos
en el Año Nuevo. Majestuosa la Iglesia con la Piedad de Miguel Ángel, con su
amplitud, la barbaridad de los mausoleos de varios Papas frente a la sencillez
del sepulcro del Papa Bueno, Juan XXIII.
Caminando, siempre caminado, hacia
el Panteón para comer en uno de los múltiples restaurantes de los alrededores y
luego a seguir caminando. Algunos subiremos para dominar toda Roma desde la
altura del monumento pastelero de
Plaza Venecia (junto al Palacio Venecia aquel del que se apropiará el dictador
fascista para dar sus inacabables discursos). Desde lo alto, hacia los cuatro
punto cardinales, se domina toda Roma. Inolvidable espectáculo visto al
atardecer mientras el sol de invierno iba dejando el día y las luces de la
ciudad se iban encendiendo.
El día de Año Nuevo estaba
resultando sorprendente para los propios romanos y es que por primera vez, en
día tan señalado, todos los monumentos, museos abrieron sus puertas y la
mayoría lo hicieron con entrada gratuita. Mientras en la entrada al lugar se
señalaba el cierre de tal lugar los días 25 de diciembre y 1 de enero, las
puertas estaban abiertas de par en par invitando a la riada de gente a pasar a
su interior.
Vía Nazionale arriba, una de las
colinas de Roma, nos dirigimos hacía Plaza de la Republica para echar un
vistazo a las termas de Diocleciano y a la Iglesia de Santa María de los Ángeles
diseñada por Miguel Ángel y acabada, si eso puede decirse, en el siglo XIX.
Otra espectacular, majestuosa Iglesia y van… con una particularidad: sobre el
suelo se encuentra dibujada la línea meridiana (el rayo de sol al mediodía del
equinoccio de verano va a caer en el
mismo sitio que el del equinoccio de invierno) sobre la que están trazados los
diferentes signos equinocciales. Un sistema que servía para que los romanos
pusieran en hora sus relojes hasta que se utilizó el sistema actual: todos los
días a las 12 en punto de la mañana suena un cañonazo. A su disparo se une el
canto de las campanas de Roma que señalan la hora del Angelus. Hoy no ha sido
un día cansado, lo es si pensamos que ha sido nuestro día libre para que
descansásemos pero la Roma activa no nos lo permitió,
Quedan algunas maravillas más que
visitaremos en los días que nos quedan de estancia. En el primero por la mañana
serán las tres Basílicas Mayores que nos quedan por ver (la cuarta es S.
Pedro): Santa María la Mayor, muy cercana a nuestro hotel, San Juan de Letrán
(y a su lado una parte de la muralla y el edificio/capilla que alberga la
antigua capilla papal con su escalera santa (dice la tradición que fue la
escalera por la que subió Jesús cuando fue conducido hasta Pilatos: se necesita
tener imaginación para llegar a tal afirmación pero bueno hasta los que acceden
directamente a la misma lo tienen que hacer subiéndola de rodillas. En fin….) y
la inmensa, cuantas inmensas llevamos, de San Pablo Extramuros. En el camino
aún hay tiempo para acercarse a San Pedro Encadenados para extasiarnos con el
Moisés de Miguel Ángel o vislumbrar las ruinas del Palacio de Nerón (Domus
Aurea).
Gracias a los trayectos que hacemos
en el bus contratado las distancias, sobre todo en el día de hoy que nos movemos
de un lado a otro, no resultan excesivamente cansinas. La comida, hoy, la
tenemos en el Trastevere. Al terminar visitaremos otra sorprendente Iglesia, ¡y
van!, la de Santa María del Trastevere con su torre románica y sus pinturas de
estilo bizantino. Un paseo, por otra zona, nuevamente hacia el centro pasando,
y paseando, por el barrio judío marcando por sus señales límites.
El último día fue para Villa
Borghese. Otra sorpresa. Y esta con mayúsculas. El reconocimiento del gran
Bernini con las esculturas que allí se encuentran. Para poder entrar hay que
coger las entradas con mucha antelación. No se permite más que el paso de
tantos visitantes. Con hora determinada
y un tiempo de estancia limitado. Tanto para la visita guiada, tanto
para un posterior tiempo libre. Y a la calle o mejor… para ellos, nos derivan a
la tienda, siempre las tiendas a la salida de los monumentos, de los museos,
para que compremos tal o cual libro u objeto. La cuestión es consumir. Faltaría
más.
Todo se le puede perdonar al no demasiado
grande palacio de Villa Borghese, uno de los mayores parques de Roma con sus
numerosos edificios, jardines y fuentes. La zona cultivada, y con numerosas
viñas, fue transformado en 1605 por el cardenal Scipioni Borghese sobrino del
papa Paulo V (ya se sabe que en aquellos tiempos la familia papal hacía y
deshacía a su antojo. Algo que ni inauguró
ni canceló nuestro papa Borgia a
pesar de los sambenitos que le colgaron). Y si el parque es digno de ser
paseado el palacio es indispensable ser visitado. El cardenal era el mecenas de
Bernini, y las obras de Bernini en el Palacio, la Galeria Borhese, te dejan sin
habla. Ante ellas uno reconoce a un escultor tan grade como Miguel Ángel. Allí
están, y no sé decir cuál de ellas es más perfecta, David, Eneas y Anquises, Rapto de Proserpina y Apolo y Dafne. Si
las dos primeras te asombran, las otras dos te llevan a enmudecer.
Pero en la Galeria Borhese hay mucho
más que Bernini. Existen obras de Boticelli, Rafael, Caravaggio, Tizziano,
Rubens, Durero o la sorprendente escultura de Antonio Canova, Paulina Borghese Bonaparte (hermana de
Napoleón) como Venus vencedora.
No es exagerado decir que la Galeria
Borghese es el equivalente a un minúsculo, pero grandioso, museo Vaticano.
Después, no podía faltar, para despedirnos
de Roma paseamos por la Via Veneto repleta de recuerdo cinematográficos (¡y que
parte de Roma no los tiene!) con Fellini a la cabeza, y, ¡cómo no acercarse!, a
la Plaza de España con su escalinata donde, en ese momento muy custodiada por
militares armados, se encuentra nuestra embajada o acercarnos a la inmensa
Plaza del Popolo con sus tres Iglesias, las dos gemelas en una parte y en la
parte opuesta, junto al arco construido para ser recibida en Roma la Reina
Cristina de Suecia al convertirse al catolicismo, la de Santa María del Popolo
con obras de Caravaggio. Y ya hacia el hotel para esperar el bus que nos
llevaría al aeropuerto. Aún tuvimos tiempo de ver la fuente de los tritones de
Bernini, la esquina de las cuatro fuentes o la Iglesia Bizantina de Santa
Prassede. No hubo tiempo para más.
Roma es mucha Roma y, por supuesto,
quedaron muchas cosas por visitar, por descubrir. Cada visita a Roma se
descubren cosas nuevas, maravillas donde menos se espera. Si París, dicen, bien
vale una mira, Roma quizá valga lo mismo o alguna más.
(Texto de Adolfo Bellido, fotos de Elvira Ramos)
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