Fue una excursión estupenda
con persecución incluida. En efecto, el tiempo fue tras nuestro autobús durante
todo el recorrido pero gracias a la pericia de Yuri (el conductor) y a la
torpeza o a la confusión ocasional de la Rosa de los Vientos, salimos indemnes
de todo accidente atmosférico. De todos los ataques atmosféricos menos de la
temperatura y el viento. Pero para eso íbamos perfectamente preparados.
La “calçotada” fue la
fiesta que nos concitó el pasado sábado día once a hacer una bonita excursión
por varios pueblos de las provincias de Tarragona y Barcelona. Fuimos poco
menos de dos docenas los que nos dimos cita en el punto de encuentro. Un punto
de encuentro prometedor; la puerta de la Facultad de Filosofía. Algo así como
el antiguo ágora donde se reunía el pueblo para hablar de las cosas que a todos
concernía. Eso parecíamos allí congregados mientras esperábamos que llegara el
autobús.
Así que allí estábamos
todos, en el punto indicado, bajo la noche del amanecer. Conocidos y
desconocidos. Conocidos de otras excursiones anteriores y personas que no
habían ido a ninguna excursión anteriormente. A la hora de la primera parada,
en el centro de la población medieval de MontBlanc, ya éramos amigos todos.
Pronto cruzamos el
caudaloso río Ebro por la zona de Tortosa y llegamos a media mañana a la
población de Mont Blanc, ubicada en el lado oriental del Parque Natural de la
Vall del Monastir de Poblet, en la provincia de Tarragona. Ese fue el primer
lugar que visitamos. Pueblo bien cuidado en el que vimos varios trabajos
audiovisuales que nos pusieron al día acerca de la historia del lugar. Las
fachadas de casas y edificios originales nos atrajo lo suficiente como para dar
un largo paseo por el centro histórico.
Luego nos dirigimos a la
población de Cardona, en la provincia de Barcelona. Una ciudad con un elevado
monte en uno de sus lados sobre el cual Wifredo “el velloso” mandó levantar un
peculiar castillo en el año 886. Una edificación que fue sufriendo distintas
ampliaciones y modificaciones hasta casi la actualidad pero que no ha perdido nunca
su imponente figura.
Un castillo que ahora hace
las veces de parador nacional, pero que, por razones de tiempo disponible, no
lo pudimos ver. En Cardona fue donde comimos. En un restaurante familiar muy
agradable y bien nutrido, no sin antes visitar las entrañas de la “montaña de sal”,
una montaña, literalmente, de la cual extrajeron durante siglos sal (potásica,
sódica y de magnesio) distintas civilizaciones antiguas ubicadas en la
península ibérica, ya extinguidas.
Esa fue la visita que más
nos impactó. Por fuera se veía la montaña propiamente dicha; una impresionante montaña
de sal de más de 80 metros de altitud. Con las vetas de sal expuestas al sol. Bajo
ella duermen los enormes túneles y los trescientos kilómetros de galerías por
donde caminaban y donde trabajaban, antes de cerrar la mina en el año 1990, centenares
de obreros en condiciones inhumanas y vivieron en sus alrededores en
condiciones absolutamente precarias.
En los accesos de la mina
hay un edificio en el que se exponen fotografías, documentos y maquinarias que
testimonian una realidad muy dura. Y junto al edificio se halla aún el pozo
“Alberto” y la torre metálica por la que bajaba el ascensor que transportaba a
hombres (hasta 50 hombres), y maquinaria hasta una profundidad de 1.308 metros.
Era tal la sofocación y la pesada humedad que respiraban los hombres que
trabajaban allí, que preferían respirar el humo de los tubos de escape de los
camiones antes que el aire que reinaba en los túneles.
En los corredores de la
mina hay que protegerse de las gotas de sal líquida que se desprenden del techo
continuamente a causa de la humedad y de la lluvia. Las ropas suelen salir
manchadas de gotas de sal; por fortuna, frotando con un cepillo y agua del
grifo se limpian con facilidad. Todo sea por el espectáculo sobrecogedor que se
experimenta en el interior de la mina.
La comida en el restaurante
fue cuasi familiar. Mesa alargada y estrecha, de tal modo que automáticamente,
se creó una atmósfera de agradable camaradería poco común.
Luego, ya instalados en un
aparthotel de la población de Manresa, cenamos en un magnífico restaurante hablando
de cualquier cosa y compartiendo las impresiones que nos había causado “la
montaña de sal”.
Un sueño reparador por fin
y al día siguiente, por la mañana dimos un paseo turístico por el centro
histórico de la ciudad. Finalmente dimos cumplida cuenta de la calçotada, con
babero incluido, en el restaurante “Ca Náyxelá” els Monjos, muy cerca de
Villafranca del Penedes. Una excursión breve pero enriquecedora y muy
agradable.
(Texto e imágenes de Miguel Ángel Carrascosa)
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