30/12/17

¿Y EL MARRANO DE SAN ANTÓN?, crónica del viaje a Salamanca



Una comida estupenda para terminar el viaje. Estamos en Morales de Todo,
cerca de Toro, un pueblo vinícola por excelencia, como lo demuestra el lugar
donde estamos, un restaurante-vinoteca donde además, de los buenos
manjares, hemos bebido un tinto excelente y una sorprendente limonada de verdejo. Todos estamos contentos. Ha sido un buen viaje. Un brindis con cava y unos chupitos festejan el viaje y nuestro aniversario de boda. No es la primera vez que coincide este hecho. Tampoco que Guillermo nos dedique un Haiku. Guilermo y Lola que al igual que Carmen repiten este viaje con centro en Salamanca. Como entonces dormimos en el mismo hotel, el San Polo, edificado sobre una Iglesia románica, de la que quedan en el exterior algunos restos. Las ventanas de varias de sus habitaciones dialogan con las cúpulas de las catedrales.

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Al llegar a Salamanca por la carretera de Madrid aparecen como mástiles de
barcos varados las torres de San Esteban, de la Compañía, de las Catedrales,
una imagen majestuosa cantada por Don Miguel. Sí sólo don Miguel porque
para los salmantinos sólo hay un don Miguel, don Miguel de Unamuno, al igual
que sólo hay una plaza, la plaza mayor. Vamos entrando en la ciudad. Es
nuestro primer día de estancia. Nos hemos levantado pronto para ir a Madrid
en AVE donde nos ha recogido un autobús, que tendremos los días que nos
movamos por la provincia, por ciudades cercanas y que, ocho días después,
nos depositará, cansados y es de esperar contentos, en la estación de Atocha
para volver a Valencia.

En el camino a Salamanca una sorpresa en un pueblo para muchos
desconocido, del que nunca habían tenido noticias, Macotera. Su Iglesia, el
artesonado, es soberbio. Una Iglesia sorprendentemente mimada, cuidada por
los feligreses. El cura del lugar, mayor, entusiasta, nos habla con cariño de su
Iglesia. Es un buen comienzo.

A comer llegamos a Salamanca. Después enfilamos la primera ruta, de las
ocho, que he diseñado, por la ciudad en que nací. Un paseo con un centro, la
Universidad, dispuesta a celebrar, o así lo marca, su octavo centenario. Eso sí,
si consideramos que la Universidad nace cuando se inician los estudios
generales. No importa seguro que en 2054 volverán a celebrar el mismo
centenario. Todo es bueno para celebrar. Lo que visitamos es la Universidad
plateresca. La primitiva, como se puede decir todas, nacieron en las capillas de
sus universidades. Una Universidad, la salmantina, que airea con orgullo las
enseñas del Papa Luna, ya que cuando fue cardenal fue un gran benefactor de
esta Universidad, de ahí que muchos de sus vítores mantengan su distintivo en
la parte baja.
Hoy con el edificio de la Universidad, con su rana y sus simbología, su historia
de Fray Luis de León al hoy pasando por el lamentable episodio que viviera
Unamuno en la guerra civil, en su enfrentamiento con Millán Astray,
recorreremos toda la zona. Detrás ha quedado la Universidad de las ciencias ocultas,
la cueva de Salamanca, a un lado las catedrales, en su centro y alrededor el antiguo
barrio judío con, no puede faltar, el milagro de San Vicente.
Hemos dominado la primera de las tres colinas de esta Roma la chica, por sus
colinas sobre las que fue construida y también por todas las Iglesias y
conventos que en ella se encontraban. Hemos pisado los lugares donde
estuvieron las sinagogas, el alcázar, el antiguo convento agustino en el que
habitara Fray Luis de León, hemos hablado de Ana de Albarca, de sus padres y
de su marido, el comunero Francisco Maldonado, de la iglesia-cochera- aula de
San Isidoro, de la curiosa historia del que fuera escorial jesuítico hoy
Universidad Pontificia, sin terminar, imponente mole sin visión de su fachada
tapada por la espectacular Casa de las Conchas, a la que los jesuitas
quisieron, pero no pudieron, llevarse por delante.


Hemos conocido a S. Juan de Sahagún, el patrono de la ciudad, milagrero pero
sin llegar, faltaría más, a S. Vicente Ferrer, algo de la luchas entre los dos
bandos que enfrentaron a la ciudad, y por la plaza del Corrillo hemos
desembocado en la Plaza Mayor, que, enrome desilusión, no podemos admirar
en su plenitud al estar toda la parte central ocupada por las casetas de una
feria de libros antiguos.
Son casi las nueves cuando regresamos hinchados de imágenes y de cultura,
al hotel para cenar y descansar. Cuatro horas desde que empezamos la vista
de la tarde. Más de doce desde que el tren nos invitó a viajar. Menor mal que
en el vagón que ocupamos la mayoría Elvira nos ha regalado con una tabla
relajante. Ahora ya, a estas horas de la noche, toca descansar. La noche
salmantina será otro día. Enfrente, desde la parte alta de la muralla, se
vislumbra el jardín de Melibea, donde también hemos estado esta tarde.

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El tren de vuelta no espera, hay que marcar bien los tiempos hasta llegar a
Madrid. Hemos comido rápido pero un pequeño despiste de última hora retrasa
la salida del autobús. Alguien, con la alegría de la comida, ha dejado olvidado
el móvil en el comedor. Vuelve a buscarlo. Estamos a un paso, pero los
minutos pasan y no regresan. Esther , nuestra maravillosa guía, empieza a
ponerse nerviosa, decide ir en su busca. Estamos en un pueblecito pequeño
donde todo es posible hasta que los caminos de sus calles, como siempre, se
bifurquen y nos lleven al… campo en vez de a la carretera. Todo se arregla.
Rápido el autobús debe salir. Nada de películas en el recorrido. Después de la
copiosa comida hay que descansar, dormir la siesta o charlar, si aún se tienen
ganas y fuerzas, con nuestros compañeros cercanos.

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El segundo día no nos levantamos muy pronto. Eso si a las 9,30 ya estamos en
marcha. Primero leeremos, como en todos los viajes, los pensamientos del día,
que en el actual se dedican a Fray Luis de León, Unamuro y Carmen Martín
Gaite. Las frases para pensar, meditar, que una de nuestras viajeras, bautizo
como la oración u oraciones de la mañana. Después a pie partimos hacia las
catedrales con paso antes por el Palacio de Anaya donde se ubicó el primer
colegio Mayor de la ciudad, con su hospedaría y sus caballerizas, estas, hoy,
convertidas en una cafetería. Y con la Palacio de Anaya, el coqueto Patio de
Anaya, debido al general francés que gobernaba cuando José I, el hermano de
Napoleón, reinaba en España. Se tiraron, entonces, todas las casas, entre el
Palacio de Anaya y la Catedral despejando la zona, dejándola tan hermosa
como hoy la conocemos.


Ahora, enseguida, las catedrales con su fachada convertida en un inmenso
retablo de piedra engarzado en cada una de las puertas. En la de Ramos están
las labras del cantero que la engalanó en los últimos años del siglo XX: linces,
astronautas, mono comiendo un helado, un toro. Y dentro la amplitud y la altura
de la nueva con sus capillas albergando el bello rostro de la soledad, la
excelente talla de La Piedad de Carmona, la rigidez del Cristo de las Batallas,
el que portará Jeronimus en las batallas de El Cid, quien terminaría por ser
Obispo salmantino y edificar la catedral Vieja o la grandeza de la capilla dorada
con sus múltiples santos como preludio a la Catedral Vieja de la que sorprende
su impresionante retablo, su sobriedad, los sepulcros policromados, las capillas
que se pueden visitar (el resto están en obras), sin duda las mejores, las de los
Maldonado(la de Talavera) y la de Santa Catalina, donde tenían lugar los
exámenes de la Universidad. Capillas que rodeaban el claustro, hoy
reconstruido, que fue dañado, y que ni se sabe que fue con exactitud de él, en
el terremoto de Lisboa de 1755, como también hizo temblar a la torre de la
catedral nueva, que sería reforzada, y que aún hoy desde la Rua se la ve algo
inclinada.

Salimos a la calle por, prácticamente, la puerta de los carros, el lugar por donde
salían los estudiantes que suspendían. El lado opuesto da al pario Chico, uno
de los patios más hermosos de la ciudad.
Algunos viajeros aun tendrán tiempo, antes de ir a comer, de subir a la torre de
la catedral para poder estar casi a la misma altura, y poder charlar con la torre
del Gallo. Para ir a comer vamos dejando historia, la calle de Jesús o del
Ataúd, donde Espronceda soñara su estudiante de Salamanca, la historia de la
Iglesia, desaparecida, de San Adrián y la torre del Clavero, el palacio de la Salina.
Y después de comer más. Visita a la Universidad Pontificia, rápida, demasiado
rápida al incluir su Iglesia, en cuyo claustro barroco, hace años, tocara, con su
banda, Woody Allen. Luego, otros día, se tendrá ocasión de subir a la torre de
la Pontificia, de la antigua Iglesia jesuítica para admitir desde arriba la ciudad.
Una de las vistas más espectaculares con las que podemos encontrarnos.
No ha terminado el día. Casa de las conchas, San Benito (la Iglesia de uno de
los dos bandos), la historia de los tres arzobispos Fonseca, la singular belleza
de la Inmaculada de Ribera, el Palacio de Monterrey, la casa de las muertes,
las úrsulas con su curiosa discoteca-capilla en uno de sus lados y en el otro la
Iglesia ortodoxa católica rumana para enfilar hacia la segunda colona de la
ciudad dominada por el Palacio de Fonseca en cuyo interior se encuentra uno
de los patios más bonitos de la ciudad, lo cual es mucho decir, en una ciudad
de soberbios patios.


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Despertamos, aún queda más de una hora para llegar a Madrid. Hay tiempo de
sobra. Es una parada necesaria más que obligada. Se pide rapidez. Se teme el
tráfico de entrada que puede haber en Madrid. Es martes pero es igual el día
de la semana que sea. Todos los accesos se suelen atascar con la vuelta del
trabajo a sus casas. Hay apuestas sobre cuantas retenciones podemos
encontrar
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El tercer día de estancia en Salamanca lo dedicaremos, por la mañana, a
visitar conventos cercanos a nuestro hotel. Uno bastante desconocido, el de
las Claras, donde Quevedo estuvo y se quejó (aunque fueran Claras) del
chocolate aguado que le sirvieron, y que cuenta con unas excelente pinturas
góticas sobre sus paredes, una encina milenaria, y el, hasta hace poco oculto,
artesonado mudéjar del techo de la Iglesia. Por cierto nunca supimos aquí
quien era al grupo que esperaban para oír misa. Pero ese sonsonete nos
persiguió a lo largo de toda a visita.


Después el soberbio claustro de las Dueñas y el grandioso convento dominico
de San Esteban, lugares ambos que tuvimos la suerte de ser explicados por un
amigo ya jubilado profesor y director de un instituto en Salamanca. Churriguera,
los Alba, Domingo de Soto, Juan de Alava, Santa Teresa fueron algunos de los
nombres que sazonaron esa vista y donde pudimos entrar en el sorprendente
claustro de Colón, normalmente no visitable al estar en la zona de clausura,
cuyo suelo está construido con tibias de caballos.
Y luego, desde aquí, con la tarde por delante para cada uno algunos
conocieron el tapeo, los (muchos) buenos restaurantes y hasta lo excelente
que pueden ser los vegetarianos en la tierra de la carne.

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Se va haciendo de noche. Se vislumbran cimbreantes y a lo largo los pilotos
traseros de los coches al abrir y cerrar sus ojos. El cielo se va cubriendo de un
manto negro invitando a los campos, las llanuras y las colinas que se dejen
engullir por la oscuridad. A esta hora la dorada luz del atardecer que ha
resplandecido sobre los monumentos salmantinos ha ha buscado un débil
remedo en los haces de luz con los que se iluminan los monumentos. En la
carretera la noche, violada por numerosos haces de luz de los vehículos que
transitan hacia Madrd, sigue su camino hacia el oeste. Anochece rápido.

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El viernes visitamos la Sierra de Francia. Pueblos serranos bajo tan extraña denominación con casitas que nos recuerdan a las de, por ejemplo, la Bretaña Francesa. Quizá el nombre les venga de haber sido, en los tiempos posteriores a la reconquista, repoblada la zona por franceses, llegados con las tropas de Raimundo de Borgoña esposa de doña Urraca, hija de Alfonso VI de Castilla y León. Visitamos tres pueblos Miranda de Castañas, Mogarraz y La Alberca.
Éste último, en la frontera de Salamanca con Cáceres, es el más conocido, pero por ello también el que más se ha vendido al turismo. Se nota en todo,  en sus comercios, en sus bares o restaurantes. Con ello ha perdido mucho de su
tipismo. A eso le ganan tanto Miranda del Castañar, arropada por sus murallas tras las que el viajero se adentra en un sueño de siglos, como Mogarraz, con la curiosidad- con ciertos tintes macabros u oscuros,- de tener todas sus casas adornadas- lo cual es mucho decir-con las fotos de los que las habitaron y las habitan. Encerrando los tesoros escondidos de estos pueblos amplios bosques circundan su entorno. Ahora en octubre en estos pueblos escasean los vecinos. Será en verano cuando se puebla de gente que busca el frescor y la tranquilidad si se lo permite e ruidoso caminar de los que se han instalado en
sus casas, probablemente vecinos del pueblo que han vuelto a pasar unos días o meses en el lugar donde nacieron, al tiempo, claro, que el pueblo, con sus fiestas, les incita al movimiento.

Al regresar a Salamanca el autobús nos deja al otro lado del río, queremos
cruzar el puente romano, ese mismo que, en gran parte (no todos los arcos del
puente son de entonces), sintió el marcial paso de las legiones romanas. Al
final del puente un verraco y la figura de Lázaro y el ciego nos recuera el
episodio del cabezazo que sufrió Lázaro por parte del ciego. En frente las
tenerías, junto a la muralla. Bordeando el río encontramos el antiguo molino y
en frente se alza la entrada, hoy trasera, de la casa modernista, que luce su
fachada acristalada con distintos colores debido a las luces que la iluminan.
Ahora toca ya un tapeo, una cena suave o simplemente tomar el pulso a una
noche de temperatura muy agradable y con las terrazas de la Plaza repletas. Y
no sólo. Hoy la ciudad es un hervir de gente por esta noche que no parece de
octubre y es que por el día hemos llegado a casi treinta grados. Por la noche,
hoy, la temperatura no ha bajado demasiado. La noche se inunda, y no sólo de
estudiantes, de gentes que otean la llegada del invierno y quieren, por tanto,
rendir sus últimos tributos a las agradables noches de este caluroso otoño.
Salamanca, hoy, es una algarabía, es la fiebre de un viernes noche.

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Madrid se adivina al fondo recubierto de una gran boina que la tapa como si
una tenue gasa se interpusiera entre la ciudad y los que a ella se encamina. Es
la polución que inunda las grandes ciudades y que, en estos momentos, de
sequía prolongada, aumenta en gran proporción. Poco a poco nos vamos
acercando a Madrid lo que conlleva un gran aumento de tráfico. Esther, nuestra
maravillosa guía, empieza a pensar que deberíamos haber salido antes. El tren
no espera. Quiere llegar con tiempo suficiente para moverse por la estación,
pasar los controles, acceder al tren. Y partir para Valencia. No hay porque
preocuparse, estamos muy cerca, tocando la ciudad, y quedan bastante más
de una para que el tren parte. Eso sí, el tráfico es cada vez mayor, el bus se
obliga a moverse más lentamente, incluso, por momentos, amaga por pararse.
Todo será que se produzcan retenciones, esperamos que no llegue a haber
alguna como aquella del relato de Cortázar. Y que sí, que llegaremos a tiempo.
Miramos el reloj, El tiempo corre pero aún queda tiempo, bastante tiempo….

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Hoy, sábado, vamos a Zamora. Allí, al igual que en Toro, nos acompañara en
la visita una extraordinaria guía, Estrella. Es soberbia su explicación en el
castillo, que poco a poco va siendo reconstruido, y de la catedral, ejemplo del
románico, y cuya hermosa cúpula copiaran entre otros salmantinos (en la
catedral vieja) y torenses (para la colegiata). Una pequeña ciudad conquetona
con el mayor número de iglesias románicas de España.
En la puerta de la catedral que da al palacio episcopal está esculpido una
extraña figura incrustado en una ventana. Que sí representa a tal o cual,
incluso a un ladrón que trató de llevarse las joyas de la catedral pero que al huir
por la ventana ésta se estrechó hasta dejarlo como lo vemos. Dicho sobre
lugares sagrados o no: el obispo esculpido entre otras figuras en una Iglesia de
forma que el forastero que lo ve si no está soltero se casa y si es casado
volverá a la ciudad; el motín de las truchas con las hostias volando de un
sagrario a otro; la Virgen a la que hay que rezar de forma indirecta para obtener
lo pedido.
Hermosas iglesias románicas todas diferentes, miradores impresionantes sobre
el Duero, los tapices de la Catedral, la calle principal con curiosos edificios
modernistas, lo que queda de sus murallas en la que se encuentra la puerta de
la traición (donde fue asesinado Sancho II de Castilla) hoy conocida como
puerta de la lealtad.

Por la tarde estuvimos en una de las pocas iglesias visigóticas que quedan en
España, San Pedro de la Nave. Hoy se encuentra en Campillo. Hace años más
allá en un lugar donde está un pantano. En los años treinta se trasladó, piedra
a piedra al lugar que hoy ocupa. Si no hubiera sido trasladada, en este
momento, en el pantano, casi seco por la gran sequía que azota a España, la
Iglesia hubiera emergido de las aguas. Nos lo cuentan los del lugar.
En la iglesia, toda ella magnifica, asombran los capiteles. En ella hay
bellísimos capiteles. Esther nos explicó las características del templo y nos
hace ver como ciertos elementos irán pasando, conducidos por el mundo
árabe, al románico. Algo que haremos visible unos días después en Santo
Tomas Canturiense en Salamanca y más tarde en la Iglesia de Abendiego, en
el viaje a Guadalajara.
Hoy tocaba misa en el pueblo. Viene el sacerdote cada quince días. Tiene que
atender a seis localidades y debe repartir el tiempo como puede. En Campillo
sólo hay 40 vecinos. Eso sí, han adecentada el lugar hace pocos años, ahora
hay hasta un bar, incluso por la carretera las señales ya llevan a esta
maravillosa iglesia Hace años podías perderte. Los vecinos se encargan de
hablar la Iglesia para que se pueda ver, de adecentar el lugar. Se turnan de
forma rotativa por semana.
La torre campanario, es un decir porque torre, lo que se dice torre, no tiene,
está exenta. Total, dos campanas algo elevadas. Muchos de los nuestros se
van a encargar de dar los correspondientes toques que anuncian la misa.
Cuando hacen sonar el tercero enfilamos hacia el autobús rumbo a Salamanca
Aun el día no ha terminado. Paramos en la entrada de Salamanca por la puerta
Zamora, por donde entraban los Reyes cuando llegaban a la ciudad. Desde allí
por la calle Zamora llegaban al centro de la ciudad, a la Plaza. Nosotros hoy
convertidos en reinas y reyes hacemos ese recorrido pero con pequeñas
variantes para coger ciertas calles trasversales y poder contemplar las
 sorpresas que nos aguardan, que son varias: la Iglesia románica de San
Marcos, una de las tres circulares que existen en el mundo; la Plaza de San
Boal con la historia de la vuelta a la vida de la marquesa de Almarza; la plaza
de los Bandos donde existió en su centro la Iglesia de Santo Tomé, agrupación
de uno de los dos bandos enfrentados de la ciudad en el pasado; la iglesia de
las emparedadas (mujeres encerradas en vida entre los muros de una Iglesia)
de San Juan de Barbalos (los barbudos) donde aún en sus muros se puede
leer, aquí predicó San Vicente Ferrer; la casa de Santa Teresa donde la santa
andariega escribió, dicen, alguna de sus obras y sufrió una noche infernal; la
casa de María la Brava, impetuosa mujer que persiguió a los dos hermanos
que habían matado a sus dos hijos hasta encontrarlos y cortar sus cabezas; la
casa de los Solís donde casaría Felipe II con la princesa portuguesa y…
muchos más hechizos en la noche agradable de finales de octubre. Ahora nos
espera alguna parada en los muchos bares que nos ofrecen geta, morro,
farinato, chanfaina, jamón y lomo ibérico, pimientos y decenas de tentaciones
regadas con alguna copita de la Rivera del Duero. En algunos lugares no sólo
ofrecen ancas de rana, también lagarto. Pero, ojo, que el lagarto no es más que
un buen lolo adobado

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Las luces de los coches cada vez las vemos más cerca de nosotros, incluso
están, se puede decir al lado. Claro, han empezado las retenciones que
serpentean a lo largo de unas bien visibles curvas de la carretera, casi
entrando en Madrid. Algunos miran sus relojes con cierto nerviosismo que
tratan de disimular, mira que si no llegamos para coger el tren. Retenciones
largas, de parones constantes. Pensar que todos estos coches repiten
constantemente este rito de vuelta a casa nos reconforta vivir en una ciudad,
grande sí pero no enorme, donde aún no se llega a tanto. Aunque a veces… no
sé qué decir.

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Hoy toca Ciudad Rodrigo. La antigua Miróbriga, de ahí que sus habitantes sean
mirobrigenses. Algunos también le llaman farinatos porque aquí parece ser
tiene su origen el farinato. Ciudad totalmente amurallada con grandes palacios,
una esbelta catedral cuya portada, en alguna de sus partes, parece un queso
de gruyere, debido a los múltiples zambombazos que recibiera en los distintos
sitios que padeció en la guerra dela independencia. Eso sí, lo recibieron a la
vez de unos y otros contendientes porque la población cambio de estar en
posesión de sitiados y sitiadores varias veces.

En la Catedral un pórtico, oculto tras una puerta de entrada, bello como bellos,
y escondidos como este, son los que encontramos en la catedral de Orense y
los que encontraremos al final de este viaje en la Colegiata de Toro. Su coro
sorprende con sus imágenes licenciosas labradas en las misericordias o sus
pasamanos representando enorme falos.


Ciudad con un poderoso castillo mandado construir por Enrique de Trastamara
hoy convertido en Parador Nacional y con palacios y casas nobles. Como
curiosidad al lado de la catedral existe un museo… del orinal. En uno de esos
palacios vamos a tener el gustazo de comer.

A la vuelta de Ciudad Rodrigo, con sus dehesas de toros bravos bordeando la
carretera, sólo nos acercaremos en Salamanca, muy cerca del hotel, a admirar
el maravilloso ábside romáico de la iglesia de Santo Tomás Canturiense.
También la veremos por dentro. Hemos ido a propósito antes de que se célebre
la misa único momento en que se abre la Iglesia. Enfrente, frente a la
austeridad románica, se eleva el barroquismo de Seminario (o Colegio) de
Calatrava.

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Por aquí, por allá, por esta salida, por la otra, por el túnel, por arriba o por
abajo, el conductor ha ido buscando atajos o mejor lugares por donde supone
que el tráfico está más fluido. El problema estará ahora en donde se aparca y
es que, parece mentira, Atocha parece no tener en cuenta la existencia de
autocares para que se pueda subir y bajar. Por el otro lado, su entrada
principal, sólo entran y salen taxis. Algún día terminarán las obra que hoy se
están realizando y todo será más fácil, pero de momento hay que aparcar
donde se pueda bajo la mirada enérgica de policías que exigen seguir adelante
o rapidez en la bajada que incluso puede haberse producido en doble o… triple
fila. Menos mal que la calla que sube por Mendez Alvaro está bastante
despejada. Y menos mal que el trayecto para llegar a la salida del tren es
menos complejo que el de llegada, ese laberinto hacia la salida desde deja el
AVE, tal casi cómo si se tratase de una visita a la estación. Hemos llegado con
el tiempo casi justo, hay que sortear un segundo obstáculo antes de estar en el
hall de salida de los trenes: pasar los controles de seguridad que a veces se
eternizan. Veremos hoy.

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Día 30 de octubre de 2017, nuestro último día, por ahora, en Salamanca.
Última visita por la mañana. Hoy iremos a la tercera colina sobre la que se
asiente la ciudad, la de San Bartolomé, una zona poco pisada por el turista
pero también contenedora de varias sorpresas. Vemos lo que queda, en otro
sitio del original, del antiguo claustro de San Francisco, el impresionado
artesonado mudéjar de la capilla del Cristo de los Milagros, el Cristo Milagroso
de la ciudad que cuenta casi con tantos faldones como días tiene el año, la
Iglesia románica de San Julián y Santa Basilisa donde nos recibió un rezo del
rosario encasetado, el patio de la casa de la tierra, la calle del Pozo amarillo
donde el milagrero San Juan de Sahagún tiene documentado otro de sus
prodigios, la torre del aire o de las cuatro torres donde estuvo la Iglesia de
Santa Eulalia, desaparecida por esa imposición del progreso como lo fuera la
impresionante de San Adrián o, para no cansar más, donde en la Plaza del
Liceo, con su bombón de teatro, se encuentra el comercio de Zara. ¿Y qué?
Pues nada, simplemente entrar, no a comprar sino a admirar lo que queda de
otro maravilloso convento que aquí hubo y cuya cúpula se puede admirar
entrando en una especie de calleja, que sale un poco más arriba, en el
comienzo del último tramo de la calle Toro, ese que nos lleva a la Plaza (la
Mayor, claro).
Ahora a disfrutar de lo queda del día, visitar el mercado o lo que se quiera. Y
deleitarse con lo bueno que Salamanca encierra que es mucho, eso si dejando
a un lado lo malo o lo feo que, también existe. Y a hacer las maletas que mañana
salimos hacia Toro para visitar esa ciudad con su impresionante mirador sobre
el Duero que se abre al abismo, junto a la Colegiata.

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Hemos entrado casi justo en el tiempo a la sala de espera dela estación. Aún
no han puesto en las pantallas la puerta por la que tenemos que pasar para
entrar en el tren. Se anuncia… que esperemos, que se nos dirá a su debido
tiempo cuál es esa puerta. Tranquilos que ya estamos aquí, el tren no se va sin
nosotros. Pero el tiempo pasa, se acerca la hora de salida y ritintín o la guasa
de ya se les indicara… sigue martilleándonos. El pensamiento mientras tanto
vuela hacia Salamanca y hacia la mañana de hoy en Toro con su hermosa
colegiata bebiendo el buen hacer de la cúpula zamorana, engalanada con su
asombroso pórtico interior o con la mosca que alguien pintó sobre el cuadro de
una Virgen, para, quizá nos quedáramos con ese simpático detalle y que
llevaría a conocer el cuadro con el nombre de la Virgen de la Mosca.
Toro también con su buen vino que se dice se utilizó en vez de agua en la
construcción de la torre del reloj y sus calles y sus casas. Toro, señorial y vivo.
Comimos de impresión, con celebraciones inclusive, en Morales de Toro.
Ahora, todo queda atrás. Ocho días sin parar de conocer y de admirar tantas
cosas, tanta Historia.
Cuando quedan escasos diez minutos para la salida del tren anuncian que
podemos pasar a la vía tal. Todo muy rápido. Cómo vamos en grupo se agiliza
la entrada. Un responsable de la estación abre una puerta de entrada exclusiva
para nosotros.
Nada más subir, el tren ya está en movimiento. Ni siquiera ha dado tiempo para
colocar maletas, para asentarnos. Está claro que no quieren llegar con retraso
para no devolver dinero, pero una cosa es eso y otra muy distinta el tener que
dar tiempo para el acomodo delos viajeros. No es nuestra culpa el haber
entrado tarde. Hay un cierto enfado que poco a poco se va calmando. Algunos
hablan sobre estos días, Elvira nos dirige una de sus sesiones de gimnasia. El
trayecto es de hora y medía aproximadamente, hay tiempo para eso y también
para cerrar los ojos y dejarnos ensoñar con las imágenes de los días pasados,
mientras vienen a la memoria el inicio de los versos que don Miguel (por
supuesto Miguel de Unamuno) dedicará, uno entre los muchos que escribiera a
su ciudad, a Salamanca: Alto soto de torres que al ponerse/tras las encinas
que el celaje esmaltan/dora a los rayos de su lumbre el padre/Sol de
Castilla/bosque de piedras que arrancó la historia/a las entrañas de la tierra
madre/remanso de quietud, yo te bendigo/¡mi Salamanca!

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¿Y el marrano de San Antón? Nos figuramos que bien, pero no lo vimos por
ninguna de los pueblos de la Sierra de Francia. Nos dijeron que al menos en La
Alberca si estaría. Lo que vimos es la escultura que al lado de la iglesia han
erguido en su honor, pero de marrano, cerdito, nada. ¿Continuará la tradición?
Seguro que te dicen que sí, pero ¿dónde se escondía el animalito? El tal
marrano, recién nacido, es (o era) bendecido el día de San Antón. El pueblo se
encarga de alojar y de dar de comer al animal durante todo el año. En Navidad
se procede (o procedía) a sortearlo entre todos los vecinos del pueblo. EL
ganador se quedaba con él o lo daba al pueblo para sacrificarlo en una
matanza comunitaria. Y así un año, tras otro, cerdito tras cerdito…hasta que la
tradición se pierde (o se haya perdido). Nosotros no podemos dar fe de su
existencia. Pero haberlo, dicen que sí, que lo hay.

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Ah!, por cierto, el tren llegó a Valencia a su hora. No nos devolvieron ni un

euro. El que no corre, vuela.


 Texto de Adolfo Bellido López. Fotos de Carmen Marco y Elvira Ramos (Octubre 2017)

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